Sistema de Lógica como Teoría del Conocimiento, Giovanni Gentile

[Sistema di lógica come teoría del conoscere]. Obra de Giovanni Gentile (1875-1944), publicada en 1922, en dos volúmenes. Por medio de una investigación sugestiva y original, Gentile conduce a la más congrua y rigurosa ex­presión el principio dialéctico de la filo­sofía moderna, la cual vuelve a tomar el problema de la autonomía del espíritu afir­mada por el cristianismo contra el intelectualismo objetivista griego, y que des­pués se descarrió en sus sucesivas elabo­raciones dogmáticas, y orienta su solución en el sentido de una eliminación de todo lo que se oponga a la actividad, como una presuposición o antecedente de ella. Gentile nota que no basta decir que la rea­lidad es espíritu cuando del espíritu se hace algo análogo a la naturaleza, esto es, un ser inerte, un hecho originariamente cumplido. La realidad es espíritu, pero espíritu «actual», o sea el mismo momento atemporal y aespacial de la actividad auto- sintética, en la cual sólo la existencia pue­de tener un significado rigurosamente in­teligible. La filosofía del sentido común cree que el espíritu se limita a reflejar en sí el conjunto de las verdades preconstruidas, extrañas a todo devenir, y no ad­vierte que de este modo el espíritu queda absolutamente aislado del dominio de lo real y se disuelve en una abstracción.

En cambio, la relación entre el hombre y la verdad es posible, precisamente porque lle­vamos en nuestro pensamiento la vida del cosmos, con toda su infinita variedad y ri­queza. Sólo en el acto es concebible la rea­lidad que no podría, sin anularse, ser una substancia autónoma y existente fuera del acto del pensamiento. No hay que trascenderlo, pues de otro modo nos encontraría­mos frente al pasado del espíritu, anquilo­sado en un sistema cerrado sin vida ni des­arrollo (logos abstracto). Con todo, este pa­sado es esencial, porque constituye el punto de apoyo de la «actualidad» (logos con­creto), la cual es en cuanto puede objetivarse y expresarse en formas determina­das. Liberando el espíritu de toda presupo­sición exterior y de toda condición me­cánica, él se revela verdaderamente libre y moral. Libertad teorética y moralidad práctica se identifican; en efecto, que esta verdad sea la verdad construida por mí libremente quiere significar que yo tengo la responsabilidad moral de su existencia. Pero la libertad y la moralidad no son privilegios que al hombre le toquen en suerte por naturaleza ni patrimonio que se pueda tomar sin esfuerzo; son conquis­tas fatigosas que emergen de la tremenda lucha contra nuestros instintos y nuestras tendencias egoístas. Sólo negando su pro­pia e inmediata subjetividad, el hombre se hace libre y moral.

En esta negación, en este doloroso sacrificio de sí mismo, con­siste el tono religioso del espíritu, que un ímpetu divino llena y solicita hacia su destino más alto, aunque nunca definiti­vamente alcanzable. La espiritualidad del mundo es la misma cosmicidad del hombre. El mito del hombre, átomo inestable, víc­tima de la ciega prepotencia del hado y de la coalición malvada de las fuerzas na­turales, cede ante la nueva certidumbre y fe al mismo tiempo de que toda la mul­tiplicidad infinita de lo real se unifica y verifica en el centro creador de la con­ciencia. Maravilloso descubrimiento que nos colma de orgullo, nos vuelve más humildes y admirados ante el grande y sagrado mis­terio que llevamos en nuestro interior. Y así, la filosofía, con su riguroso inmanentismo y con su coherencia racional, no es atea ni se opone a la religión, sino que es también la verdadera religión, no cierta­mente la religión de los teólogos que — con­cluye Gentile — «no han conocido nunca a Dios, pues siempre lo han presupuesto cambiado por su sombra».

E. Codignola