Tragedia de asunto indígena, primera obra del teatro argentino, del abogado y escritor porteño Manuel de Lavardén (1754-1810?). Fue representada en 1789 en el teatro de la Ranchería, la primera humilde casa de comedias que tuvo Buenos Aires, establecida por el virrey Vertiz, y parece haber sido compuesta en cinco actos. De ellos sólo se conoce el segundo, publicado por Juan María Gutiérrez. El asunto es la leyenda novelesca, largo tiempo creída un suceso histórico, de la pasión del cacique Siripo por la cristiana Lucía Miranda, recogida o inventada por el cronista Ruy Díaz de Guzmán en La Argentina (v.), amplificada o reelaborada por los cronistas del siglo XVIII, Lozano y Guevara, probables fuentes de Lavardén. Cuenta esa historia novelesca que en el fuerte de Sancti Spiritus, fundado por el explorador Cabot en la confluencia del Carcarañá con el Paraná, había, entre las mujeres españolas, cierta Lucía de Miranda, codiciada por el cacique timbú Mangoré. Para satisfacer su pasión, éste, durante una ausencia del esposo de Lucía, Sebastián Hurtado, asalta a traición el fuerte de madera y lo destruye, pero muere en el combate. Junto con el cacicazgo, hereda la pasión su hermano Siripo, quien hace esposa suya a la cautiva. Pero regresa Hurtado y sería muerto por orden de Siripo si Lucía no implorase su perdón.
Les prohíbe, sin embargo, comunicarse, so pena de muerte, prometiéndole a Hurtado otra mujer. Mas al mismo tiempo, a pesar de la promesa hecha por los esposos, éstos establecen relación; delatados por una cristiana celosa, Siripo manda quemar a Lucía en una hoguera y asaetar a Hurtado. La crítica moderna ha demostrado que no existió ninguna de las personas que figuran en esta historia imaginaria; con todo, la leyenda de Mangoré, Siripo y Lucía ha alimentado abundantemente la literatura dramática y novelesca argentina hasta nuestros días. En el mismo relato se inspiró Thomas Moore para escribir su Mangora (Londres, 1714). Como dijo Gutiérrez, «no conociéndose más que un acto de la tragedia de Lavardén, sería arriesgado discutir acerca del mérito de los caracteres y de la consecuencia de la conducta de los personajes». En ese acto Miranda, padre de Lucía, ve complacido que su hija se case con Siripo, siempre que éste se convierta a la fe católica; vuelve Hurtado, bajo nombre fingido, y escucha de labios de Siripo la pasión que éste siente por la esposa del español; Lucía, que parece no desdeñar al cacique, siente renovarse, en presencia de Hurtado, su amor conyugal; enterado de ello Siripo, manda perseguir al español, quien ha huido con el propósito de volver a rescatar a Lucía, y el acto concluye con las recriminaciones y amenazas del indio. La tragedia de Lavardén responde al canon de la escuela pseudoclásica francesa, en boga en España en el siglo XVIII; su versificación, el romance endecasílabo, es la usual en las tragedias españolas de ese período. También se inspira en la tradición francesa que había puesto de moda al indio americano en la novela y la tragedia. Los sentimientos y el lenguaje son falsos y convencionales; el verso, aunque digno, a menudo se arrastra.
Sobre la suerte posterior de Siripo, todo es conjetura. Se le ha dado por perdido en el incendio del teatro, ocurrido años después de la primera representación, y otros lo han supuesto refundido por el propio autor. Aun la autenticidad del acto publicado por Gutiérrez ha sido puesta en duda. Lo cierto es que Siripo, o en su texto original o en refundiciones de otros, fue representado varias veces antes de la revolución de 1810 y, después, hasta la época de llosas.
R. F. Giusti