Son 49, y Georges de Saint-Foix, uno de los más profundos estudiosos de la música instrumental de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), las clasifica en doce períodos. La primera Sinfonía en mi bemol (K. V. 16) fue escrita en Londres en 1764 ó 1765, bajo la influencia italianizante de Johann Christian Bach (1735-1782), que se prolonga hasta 1767; la sinfonía de J. Chr. Bach, y por tanto la de Mozart, era, con sus tres tiempos unidos que debían ejecutarse sin interrupción, «una obertura propiamente dicha, elegante y rápida, cuya primera parte presenta el más neto dualismo en las ideas, con un tema fuerte y bien ritmado, y el otro de aspecto más cantable y atenuado. Construida generalmente sin desarrollo, con una sola repetición del segundo tema en la «tónica», el movimiento lento… es seguido por un breve y rápido final que reviste más bien la forma del «rondó», con dos intermedios contrastantes y el «da capo» del tema del «rondó». El edificio musical reposa esencialmente sobre dos violines, al estilo italiano, mientras el viento — trompas y oboes o flautas — colorean ligera y eficazmente el conjunto. Esta forma fácil de comprender está llena de gracia viva y elegante, y de una expresión de sensualidad femenina que había de corresponder particularmente al temperamento íntimo de Mozart» (De Saint- Foix).
+Son de este tipo las sinfonías mozartianas que siguen inmediatamente a la primera, es decir, la Sinfonía en re mayor (K. V. 19), compuesta en Londres en 1765, y la Sinfonía en si bemol (K. V. 22), compuesta en Holanda a fines de 1765, generalmente designadas como la Cuarta y la Quinta sinfonías de Mozart. Se ha demostrado- que las consideradas generalmente como la Segunda y Tercera pertenecen, la primera, al padre, Leopold von Mozart (1719-1789), es decir, la Sinfonía en si bemol (K. V. 17) en cuatro movimientos, arcaica y melódicamente pesada; la segunda, Sinfonía en si bemol (K. V. 18), es una transcripción con finalidad de estudio de una sinfonía de Cari Friedrich Abel (1725-1787). Durante todo el 1766-67 continúa el corte a la italiana, hasta la importante Sinfonía en fa mayor (K. V. 76), con la cual, vuelto a Salzburgo, el niño Mozart quiso demostrar a sus conciudadanos los progresos de que había sido capaz. Es en cuatro movimientos, con importante relieve del viento (dos oboes, dos fagots y dos trompas); aparece por primera vez el «Minuetto», bastante hermoso, y un final de mayor cuerpo que de costumbre, en forma de sonata. Se considera que la última en el estilo de J. Chr. Bach, antes de la influencia de Franz Joseph Haydn (1732- 1809) y, en general, del ambiente musical vienés, es la Sinfonía en fa mayor (K. V. 43), escrita en Olmütz de camino hacia Viena. Del importante año vienés, 1768, se conocían hasta ahora dos Sinfonías, la K. V. 81 y 84, ambas en «re mayor» y en cuatro movimientos; una de ellas se convirtió más tarde, con la supresión del «Minuetto», en la obertura de La finta semplice: la otra, rica en todas las novedades aprendidas en Viena, «pudiera ciertamente considerarse como la primera Sinfonía verdaderamente original surgida de la pluma de Mozart» (De Saint-Foix), pese a ser sensible la influencia de Haydn. El primer tiempo adquiere amplio desarrollo con riqueza de modulaciones y el segundo toma la forma de un lied alemán: parece entreverse también cierto gusto por la música teatral. Recientemente se ha descubierto una tercera Sinfonía en sol mayor (K. V. supl. 221), asimismo del período vienés, en tres tiempos, de notable importancia.
Siguen los tres períodos de la estancia en Italia: todo el 1770 hasta la primavera de 1771; verano- invierno de 1771; otoño 1772-primavera 1773. En los diversos retornos a su patria, la influencia italiana queda compensada con la austríaca; pero se trata de sinfonías en tres tiempos, con poco o ningún desarrollo temático, el tiempo central atrofiado, gran plasticidad y abundancia de motivos, repeticiones frecuentes, preocupación continua de ser fácil y seductor; en una palabra, oberturas más que sinfonías. En las dos Sinfonías en re mayor (K. V. 97 y 95), escritas en Milán, al llegar a Italia, perduran todavía los cuatro movimientos con el «Minuetto»; pero desaparece ya el desarrollo, y la estructura es típicamente italiana. Siguen dos Sinfonías en re mayor, compuestas en 1770, la primera en Roma (K. V. 81) y la segunda en Bolonia (K. V. 84); absolutamente oberturas a la italiana. También de corte italiano, pero no operístico-teatral, sino de exquisito gusto sinfónico, es la Sinfonía en sol mayor (K. V. 74), quizá la última escrita en Italia, antes de la primera vuelta a Salzburgo (primavera de 1771) y tal vez bajo la influencia milanesa del sinfonista Giovan Battista Sammartini (1701- 1775) o del venerable Padre Martini (1706- 1784), al que encontró en Bolonia en el verano de 1770. Las Sinfonías del año 1771, escritas en Salzburgo o en Milán, muestran la fecunda fusión del estilo italiano y austríaco característica de Mozart; son la K. V. 73 «en do mayor», K. V. 75 «en fa mayor», K. V. 100 en «sol mayor» (julio de 1771), K. V. 112 en «fa mayor» (Milán, noviembre de 1771), K. V. supl. 216 en «si bemol», K. V. 98 en «fa mayor» y la obertura de Ascanio in Alba en «re mayor»; de estilo más puramente instrumental que las primeras Sinfonías a la italiana y ricas en detalles deliciosos y personales. De la asimilación de maestros italianos y austríacos (entre los cuales predomina ahora Haydn), emerge prodigiosamente una individualidad cada vez más marcada.
El 1772, en Salzburgo, es un año de grande y definitiva madurez sinfónica: con las ocho Sinfonías compuestas entre diciembre de 1771 y agosto de 1772, Mozart se eleva a un nivel definitivo y realiza su ideal instrumental. La Sinfonía en la mayor (K. V. 114) es de 1771; la Sinfonía en sol mayor (K. V. 124) de 1772 (Salzburgo); el gusto es todavía italiano (las K. V. 128 y 129 en «do» y en «sol mayor» tienen todavía los tres tiempos de obertura), pero enriquecido o, mejor aún, poéticamente profundizado. La Sinfonía en fa mayor (K. V. 130) puede considerarse como la primera de las grandes Sinfonías de Mozart, reveladora de un nuevo mundo espiritual, aun dentro del corte formal a la italiana. Ecos de dicha novedad se encuentran también, aunque en menor medida, en la Sinfonía en mi bemol (K. V. 132) y en la Sinfonía en la mayor (K. V. 134), extraordinariamente imaginativa y poética. Lo que enriquece y fortalece en forma tan decisiva la inspiración de Mozart en dichos años es la influencia del ^’^n Haydn, cuya espontaneidad heroica, cuya fuerza rústica, aunque atemperadas por la innata ternura poética de Mozart, se concretaron en la gran Sinfonía en re mayor (K. V. 133). Durante la tercera y última permanencia de Mozart en Italia se manifiesta una vena romántica y patética, más visible, de todas maneras, en la música de cámara (Cuartetos y Sonatas para violín, v.); en el dominio sinfónico se halla la obertura de Lucio Sila y la Sinfonía en do mayor (K. V. 96) «de ritmo sombrío, dramático y orgulloso». Es característica la minuciosa abundancia de las indicaciones dinámicas; el empleo de los instrumentos de viento es vigorosamente expresivo. Vuelto a Salzburgo en la primavera de 1773, Mozart se adaptó muy pronto al gusto local; pero escribió todavía cuatro sinfonías-oberturas en tres tiempos breves, a la italiana. Entre éstas, la Sinfonía en mi bemol mayor (K. V. 184) presenta caracteres de extraordinario romanticismo por la penetrante intensificación del significado expresivo en los tres movimientos: violencia, desesperación y energía. Probablemente fue empleada como obertura teatral.
Las otras tres son las K. V. 181, 162 y 182, en «re», «do» y «si bemol mayor»; tienen plenitud y vigor orquestal, pero menor profundidad de significado, aunque la primera sea, al menos en las dos primeras partes, muy notable. La permanencia en Viena durante el verano de 1773 completa la separación del estilo italiano y dará sus mejores frutos después de la vuelta a Salzburgo. Haydn, con algunos cuartetos terminados en «fugas», había vuelto a poner de moda el contrapunto, y pronto Mozart se aficionó a él. Desde el verano de 1773 hasta fines del 1777 (viajes a Mannheim y a París), Mozart sigue siendo, en esencia, un compositor vienés. Los desarrollos se prolongan, el trabajo temático se hace imponente, el final, en forma de sonata, adquiere tanta importancia como el primer tiempo; una autoridad sinfónica se afirma en todas las sinfonías de 1773-1774, antes de la invasión «galante» que durará cuatro años, hasta el 1777. Después de una última sinfonía-obertura a la italiana (K. V. 199 en «sol mayor»), que combina curiosamente la viveza italiana con apuntes de danzas vienésas y las doctas veleidades del contrapunto, Mozart compuso, en Viena, entre finales de 1773 y la primavera de 1774, cuatro Sinfonías (K. V. 200, 201, 183 y 202, en «do» y «la mayor», en «sol menor» y en «re mayor»), que figuran entre sus más altas y profundas creaciones instrumentales, bastante superiores a la pura y encantadora galantería del período que seguirá. Las tres primeras, y particularmente las en «la mayor» y en «sol menor», son especialmente soberbias en fuego romántico; sólo los tiempos lentos son quizás algo inferiores. La última (K. V. 202) señala ya el tránsito al estilo galante de pura diversión, que entre 1774 y 1778 se desplegará en gran número de Serenatas y Divertimentos (v.), manteniendo a Mozart alejado de la sinfonía propiamente dicha, hasta que en Mannheim y en París volverá al contacto con la gran escuela sinfónica; los temas «se suceden, pero no se unen», y desaparece la organicidad producida por su afinidad secreta. De septiembre de 1777 a principios de 1779 el viaje a Mannheim y a París amplió los horizontes espirituales y estilísticos de Mozart y lo maduró para su más completa universalidad artística. En Mannheim no compuso sinfonías, pero admiró a una orquesta como nunca había oído; especialmente tuvo la revelación de los instrumentos de viento y en particular de los clarinetes, tan preferidos por él a continuación. Librándose de la áurea futilidad de la época galante, se propuso no ya la diversión, sino la «solidez de escritura y una especie de precisión matizada en la expresión de los sentimientos» (Saint-Foix). El gusto mannheimiano del virtuosismo orquestal se prolongaba en París, donde Mozart encontró la moda de las «sinfonía’s concertantes», es decir, de un grupito de virtuosos que priva en el seno de la orquesta; y muy pronto escribió una maravillosa, para clarinete, oboe, cornetín y fagot, formidable epílogo de la experiencia de Mannheim, todavía completamente alemán, en tres partes de monumental amplitud: llenas de divertida locuacidad la primera y la última, de sublime elevación religiosa el «Adagio».
La Sinfonía en re (K. V. 297) es llamada la «Parisiense», y en ella Mozart se esforzó en complacer el gusto local con los brillantes ataques orquestales, la constante repetición de los temas y la viveza general; en sustancia, hay madurez e imponente virtuosismo orquestal; pero escasa unidad interna y también escasa originalidad poética. Una tercera sinfonía parisiense es quizá la Sinfonía en si bemol, hallada recientemente, en forma de obertura a gran orquesta, de carácter bastante más francés y menos mannheimista que la precedente, con influencia de Fran- gois-Joseph Gossec (1734-1829) y de la ópera cómica, en particular de Modeste Grétry (1724-1813). Como de costumbre, el gusto parisiense continuó influyendo durante la primera época de su vuelta a Salzburgo. La singular Sinfonía en sol mayor (K. V. 318) es como una obertura teatral en un solo tiempo, en medio de la cual brota un movimiento lento de madura individualidad mozartiana. La Sinfonía en si bemol (K. V. 319, 1779) viene a ser la «Pastoral» de Mozart, «como el cuadro jocundo de un hermoso día de estío», en el que «todo es vida, danza, alegría, no sin cierta embriaguez sensual… expresada en numerosos e insistentes cromatismos» (De Saint-Foix), y hay en ella cual un recuerdo de Viena, que borra las recientes experiencias parisienses, más bien orientadas hacia una concentrada expresión dramática. Es el Mozart más puro, «todo él tierna alegría y cándido sensualismo», como se volverá a encontrar, transfigurado y sublime, en su último año. Completamente mannheimiana, de noble y reposada prolijidad, es la Sinfonía concertante en mi bemol mayor para violín y viola (K. V. 264, 1779), con un «Andante» que es una de las cosas más tristes y dolo- rosas de Mozart. En la Sinfonía en do mayor (K. V. 338, 1780) se advierte el carácter heroico del primer tiempo, la amplitud de los temas, la oposición de «mayor» y «menor»; en suma, un soplo romántico que sombrea el temple fundamental, altivo y brillante. De fascinación sutilísima e imponderable es el «Andante», sólo para cuarteto de cuerda y flauta. Falta el «Minuetto», dejado incompleto, y el final es una especie de tarantela apasionada, enérgica y llena de fuego. En 1781, establecido definitivamente en Viena, Mozart se entusiasma con el contrapunto y el estudio de Bach y de Haendel. Los primeros resultados se advierten en la Sinfonía Haffner (v.). El astro de Haydn está en la cúspide de su gloria, y su influencia es máxima en la Sinfonía en do mayor, llamada de «Linz» (K. V. 425, 1783), pese a ser completamente mozartianos sus matices de expresión sentimental y todo el emocionante y poético «Adagio».
Es celebérrimo el «Minuetto» y verdaderamente haydiano el final. La Sinfonía en sol mayor (K. V. 444) no es de Mozart, sino de Michael Haydn (1737-1797), hermano del grande; sólo el «Adagio» introductivo fue escrito por Mozart, en 1783. Después de las Bodas de Fígaro (v.) se inicia un extremo florecimiento romántico, análogo al italiano de 1773, pero mucho más maduro y elevado, sobre un plano absolutamente universal; no sin un previo y encarnizado trabajo de nuevas conquistas técnicas, quizás ocasionado por la discontinua y mal tolerada influencia de Clementi. El primer resultado fue la Sinfonía de Praga, en «re mayor» (K. V. 504, 1786); poderosa, enérgica, modernamente apasionada y ya beethoveniana en los síncopes febriles del «Allegro». Es rico y sólido el contrapunto, que en el «Andante» se combina sutilmente con el cromatismo en un inextricable tejido de sentimientos diversos, entre pastoriles e idílicos, pero no carentes de angustia. No hay «Minuetto»; el final es de una alegría no frívola, sino cálidamente apasionada, y tiene la indefinible complejidad sentimental de las grandes óperas, en particular del Don Juan (v.). Y precisamente en este nivel hay que considerar las tres últimas obras maestras, que deben ser estimadas como las palabras más elevadas que se han pronunciado nunca en música sinfónica (v. Sinfonía en mi bemol mayor, Sinfonía en sol menor y Sinfonía Júpiter).
M. Mila
Las últimas sinfonías nos muestran al maestro en la culminación de su arte… Advertimos el gran paso que la música ha dado de Haydn a Mozart en esta forma instrumental, que es la más alta, y nuestro pensamiento corre involuntariamente a las obras juveniles de Beethoven que, sin interrupción digna de nota, se eleva, desde donde había quedado Mozart, a las maravillosas cimas que nadie fuera de él estaba destinado a alcanzar. (Grieg)
Por la técnica orquestal y por los efectos que supo conseguir, sus últimas sinfonías fueron una revelación; basta compararlas con las obras de sus contemporáneos y predecesores. (Parry)
Un fenómeno como Mozart queda para siempre como un milagro que no se puede explicar. (Goethe)
La sinfonía de Mozart está completamente llena de la esencia de su genio: refleja íntimamente su personalidad musical. Ello basta para diferenciarla de la sinfonía de Haydn, así como de la de Beethoven. No es el punto de llegada de la primera ni una preparación a la segunda. Entre unas y otras no hay más que analogías superficiales y relaciones puramente formales. (Dukas)