Son ocho: la primera en «mi mayor», op. 5, compuesta a los 16 años, estrenada por Balakirev en 1882 y revisada cinco veces antes de que el compositor ruso Alejandro Glazunov (Aleksandr Konstantinovic Glazunov, 1865-1936) la publicase en edición definitiva; la segunda, en «fa sostenido menor» (op. 16, 1886); la tercera, en «re mayor» (op. 33, 1890); la cuarta, en «mi bemol mayor» (op. 48, 1894); la quinta, en «si bemol mayor» (op. 55, 1896); la sexta, en «do menor» (op. 58, 1897); la séptima, en «fa mayor» (op. 77, 1901); y la octava, en «mi bemol mayor» (op. 83, 1903). Mientras la primera permite pensar que esté apuntando una genial personalidad, capaz de aportar a la música rusa elementos nuevos y antitradicionales, en las sucesivas mostró Glazunov que se hallaba todavía directamente ligado a la escuela rusa de los «Cinco». Sin embargo, se diferencia de Balakirev, de Mussorgsky y de Rimsky-Korsakov, su maestro, por la tendencia hacia formas clásicas y hacia el gusto de los compositores occidentales. Aunque no se deja influir seriamente por Brahms, cae con frecuencia en un frío academicismo. Sus sinfonías, comprendidas las compuestas en su juventud, como la primera y la segunda,, denotan una cultura refinadísima y una tal maestría en la técnica que llegan a resultar pesadas por exceso de elaboración y redundancia de motivos. Las sinfonías de Glazunov son poco ejecutadas, precisamente por su aridez y pobreza melódica. La más conocida es la sexta, cuyo final muestra una notable habilidad contrapuntística.
L. Fuá
Representa la ortodoxia en música; vero la representa en varias fases… Sus últimas sinfonías demuestran que sabe escribir música que, lejos de ser menos interesantes que sus obras programáticas, tienen una fuerza y una belleza por las cuales estas piezas deben ser consideradas en su justo valor y señaladas como ejemplos de la música rusa. (M. Montagu-Nathan)