Es la más célebre obra sinfónica de Franz Schubert (1797-1828), que ha llegado a nuestras manos sólo en sus dos primeros tiempos (además de un esbozo no instrumentado, del tercero), hallados por el director de orquesta Herbeck en casa de Hüttenbrenner, antiguo amigo de Schubert, y estrena en Viena en 1865. Su composición se remonta al mes de octubre de 1822; el motivo de su interrupción es desconocido La excepcional popularidad de esta Sinfonía es debida sin duda alguna a la extraordinaria belleza melódica de sus temas. En el desarrollo sonatístico de ambos movimientos el mayor hechizo reside en el retorno de los temas, intactos, no desarrollados por medio de una dialéctica sinfónica y reexpuestos, sin cambio alguno, en su perfecta belleza. Esto es confirmado también por las particulares atenciones con que está cuidada su presentación, que se efectúa por medio de una serie de modulaciones preparatorias tales que acucian hasta un punto máximo nuestra espera. En el «Allegro moderato» el grupo melódico que constituye el primer tema es algo complejo. Después de una frase introductora de los bajos, los instrumentos de cuerda inician un quedo susurro continuamente ritmado por los bajos, que también contiene un germen melódico. Finalmente, en el compás n.° 13, sobre esta inquieta atmósfera llena de expectación, florece el verdadero tema, cantado por oboes y clarinetes.
En la inmediata repetición, el palpitante tejido orquestal se agita dramáticamente; el tranquilo tema cantabile (B) va a terminar en algunos rudos acordes, tales que hacen presagiar el carácter fundamentalmente trágico de la concepción de este movimiento. Pero, por ahora, la incitación se interrumpe de improviso para dar lugar a la presentación, extraordinariamente sugestiva, del segundo tema en «sol mayor». Trompas y fagots sostienen largo rato un «re» decreciente en intensidad, del cual se desarrolla esta modulación sencillísima, y a pesar de ello toda saturada de potencial melodismo, y he aquí, bajo un leve acompañamiento sincopado de «tónica» (contrabajos) y «dominante» (violas y clarinetes), que brota de pronto la inolvidable melodía de los violoncelos que, con toda su impecable plasticidad, estaba como encerrada en potencia en el acorde culminante de la modulación, y ahora se desenvuelve de él como una consecuencia natural. Es después repetida y sostenida por los violines, pero siempre muy piano, y después se detiene súbitamente en una pausa de un compás, como quien llega de pronto al borde de un precipicio. Dos fortísimos acordes en «menor» de toda la orquesta nos introducen en un clima sumamente trágico. La conclusión de la exposición desmenuza el plástico melodismo del segundo tema en un sucederse de afanosas interjecciones sacadas de su tercer compás. El desarrollo comienza también con la frase de los bajos (A), que suena casi fúnebre y recibe de los violines una’ doliente e implorante respuesta. Esta imploración de los instrumentos de cuerda, repetida, se enciende pronto en un crescendo extremadamente trágico y culmina en una repetición de desesperados acordes fortísimos de toda la orquesta. Por tres veces éstos prorrumpen con violencia des-atándose cada vez en una figura de acompañamiento sincopado análogo a la que en la exposición introduce y sostiene el segundo tema: es como un jadeo afanoso y palpitante después de los excesos de una violenta crisis. La continuación del breve desarrollo utiliza la figura (A) del primer tema que adquiere un carácter de dureza fatal e inexorable, hasta que aplacándose ésta en una doliente figura de los instrumentos de viento, vuelve con efecto indeciblemente sugestivo el susurrante conjunto del primer tema y comienza la repetición. Esta vez el tema modula, del acostumbrado «si menor» inicial, de otro modo que en la exposición, y el segundo tema (D) sobrevendrá ahora en «re mayor», modulando a su vez para terminar la reexposición en «si mayor». La acostumbrada figura introductora (A) da comienzo a la breve coda, que se desarrolla en una atmósfera dolorosa y trágica, caracterizada por el tono «menor» y el respiro alterno de breves crescendos apasionados y vibrantes que pronto ceden a un desconsolado abandono. Mientras el primer tiempo hace desenvolver sus temas desde una aplacada dulzura inicial hasta un clima trágico — tal vez no del todo inmune de cierto carácter forzado — el «Andante con moto», en «mi mayor», reposa todo en una atmósfera de afectuosa ternura, y cumplidamente expresada en el suavísimo tema inicial.
También aquí se trata, en realidad, de un conjunto temático, muy extenso y rico en correspondencias interiores; después de ser repetida íntegramente la figura (E) podría parecer agotada, y, en cambio, vuelve a enardecerse con un acorde provisto de sorprendente fuerza determinante (como el que introduce el segundo tema del «Allegro») y se desanuda de él, una vez más, un característico arabesco. El tema es luego repetido después de un episodio solemne. El segundo tema en «do sostenido menor» es proporcionado por una melodía de los clarinetes, no muy individualizados sobre un característico substrato armónico de los instrumentos de cuerda, que con el continuo de la síncopa parece envolver la melodía en un verdadero efecto de atmósfera. Cuando la melodía pasa al oboe, halla en los bajos una especie de respuesta simétrica, movimiento de excelente efecto. El desarrollo, aunque breve, tiene algo de zona gris, mientras resulta dulcísima la repetición que da nuevamente realce a la desgarradora intimidad expresiva del primer tema.
M. Mila
En la Sinfonía de Schubert los temas no están muy bien definidos, el ritmo es menos marcado que en Beethoven… Cierta prolijidad debe atribuirse a la inexperiencia del compositor. (Roussel)
Schubert es con respecto a Beethoven lo que una mujer es con respecto a un hombre. (Schumann)