Compuestas de 1786 a 1797 y publicadas, postumas, en 1804, estas sátiras de Vittorio Alfieri (1749-1803) son 17, comprendido el prólogo («II cavalier servente veterano») y se titulan: «El rey», «Los grandes», «La plebe», «La sesquiplebe», «Las leyes», «La educación», «Los viajes», «Los duelos», «La filantropinería», «El comercio», «Los débitos», «La milicia», «Las imposturas», «Las mujeres», etc.
Alfieri manifiesta en el prólogo su intento y el espíritu que las anima y en él simula encontrarse, en tanto que como nuevo Juvenal sale a combatir con la espada contra los vicios y los errores de su siglo, con un «Cavalier servente veterano», el héroe del Día (v.) de Parini, envejecido y más que afeminado, criatura anonadada, víctima de una vida miserable y ociosa, que desdeñosamente se aleja declarando que conserva su ira «para mejor tema y para menos vulgar enemigo»: es una sátira radical en la que declara que no trata, de ocuparse, como ha hecho Parini, de algunos de los aspectos más corrompidos de la sociedad, sino que hiere a las que son para él las causas de esta corrupción y de los males todos de su tiempo. De esta sátira se ocupa, en el metro entonces tradicional del terceto, en un discurso preciso, ajeno a los cuadritos y a los retratos comunes a los demás poetas satíricos: una prosa rimada «sui géneris» a la que el verso y la rima confieren mayor eficacia, y que se hace más aguda con frecuentes sentencias epigramáticas. Se destaca en ella, presente siempre en todos los acentos, la figura del autor, el cual (según sus palabras) «silogiza con severo brío», o, mejor, arremete como buen esgrimidor, orgulloso de su fuerza y de su arte, contra todos los hombres que le rodean. Solitario, Vittorio Alfieri combate y condena el antiguo régimen, contra el que había compuesto sus tratados políticos, de los que no reniega, a la vez que contra los promotores y los representantes de la revolución triunfante.
Si sabe decir al rey: «Para hacer un rey óptimo, hay que deshacer al rey» (añadiendo por otra parte «Sol osi i re disfare un popol fatto»), si hiere a las monarquías europeas del Setecientos con palabras severas en uno de sus sostenes, los ejércitos siempre más fuertes («La milicia»), si pone al desnudo la abyección de la nobleza cortesana («Los grandes»), no ahorra por otra parte sus críticas a la plebe, y menos aún a su aborrecida clase media, la «sesquiplebe»; contra los predicadores populares de las nuevas ideas de libertad, de igualdad y fraternidad, dirige sus tres sátiras («La antirreligionería», «La filantropinería», «Las imposturas»), en las que se contrapone la obra de los fundadores de religiones, Moisés, Cristo, Mahoma, inspiradores de grandes obras y de grandes sentimientos, a la estéril negación de Voltaire «desinventor, o inventor de la nada», y se hace burla del humanitarismo setecentista, que parece contradecirse trágicamente con los estragos de la Revolución («En nombre de la Santa Humanidad / Quien quiera que los reyes se ahorquen, que se mate: / En nombre de la Santa Libertad / el que no crea en Voltaire o en nosotros, que se mate: / Para abreviar y que quede limpio el mundo, / todo ente no filósofo, que se mate») [«In nome de la Santa Umanitá / Chi vuol che i rei s’impicchino, si uccida: / E in nome de la Santa Liberta / Chi non crede in Voltero o in noi, si uccida: / A farla breve e ripurgare il mondo, / Ogni ente non filosofo, si uccida»]. Es verdad que el presupuesto de esta sátira es el sueño heroico del poeta, el ideal excelso de grandeza, que veía negado por todos los hombres de su alrededor: esto se siente de modo especial en la sátira «El comercio», en la que él, asqueado por la vulgaridad del comercio imperante, hace burla de los entusiasmos comerciales de su época, y pregunta por qué se persiguen mejores condiciones económicas para aumentar de este modo el número de nuestros semejantes («Al vero onor d’umanitá che importa / Che di tai bachi tanti ne sfarfalli / Sol per moltiplicar la gente morta?»).
Un Alfieri no diferente, pero sí más sosegado se nos presenta en la sátira «Los pedantes», con la cual el escritor se divierte, como no es corriente, a expensas de los censores de su estilo, trazándonos la figura de don Buratto, una agradable caricatura; y en los dos capítulos sobre los «Viajes», en los que trata de nuevo la materia de muchas páginas de la Vida (v.), evocando recuerdos de sus viajes, no sin ribetes epigramáticos, pero no tampoco sin poética nostalgia («Bella Napoli, oh quanto, i primi di! / Chiaia, il Vesuvio, e Portici, e Toledo…, / Svezia ferrigna ed animosa e parca… / Coi monti e selve e laghi mi diletta…»). No se olvida tampoco de «La educación» (quizá la más popular de estas composiciones): rápida, sarcástica escena de comedia, un diálogo entre un conde orgulloso y un pobre sacerdote, don Raglia di Bastiero, al que se le encomienda, entre otras cosas, la educación de seis vástagos de la noble familia, piadosa y despreciada figura de mezquino pedagogo que en la casa tiene menor importancia que el cochero. A reforzar el efecto satírico contribuye, además de la violencia del estilo y de la cruda brevedad, aquella poderosa afición a los neologismos, tan alfieriana, que es una muestra de la voluntad polémica del autor y en las Sátiras la mayor prueba polémica.
M. Fubini
Se pueden llamar la delicia de los melancólicos y el alimento de los misántropos. (Foscolo)
En la ironía de Parini sentí afirmarse un nuevo mundo en segura posesión de sí mismo. En el sarcasmo de Alfieri sentí el rugido de las no lejanas revoluciones. (De Sanctis)
Cuando por ventura su ira se convierte en sarcasmo y en irrisión como en las Sátiras y en el Misogallo, el ceño trágico se cambia en cómico, pero siempre continúa siendo ceño: de aquí su sello, su «fitror comicus», vocablos grotescos, palabras extravagantemente formadas y extraños diminutivos, y versos no menos duros y férreos que los de las tragedias. (B. Croce)