Obra del franciscano Diego de Landa (1524-1579), publicada en 1566. Diego de Landa comienza por describirnos el Yucatán, los tres estados que se integran en él, forma de gobierno, sacerdocio, ciencia y literatura.
Uno de los capítulos aparece dedicado a las calamidades que suelen abatirse sobre el país: ciclones, pestes y guerras que precedieron a la conquista. El autor nos habla de un indio que públicamente anunciaba a sus compatriotas que no tardarían en verse sometidos a una raza extranjera, raza que les predicaría hablándoles de un Dios único y de la virtud de un árbol llamado en su lengua «vahom-che», que quiere decir árbol dotado de una gran virtud contra los demonios. El autor, como en general casi todos los cronistas españoles de la gran aventura del Nuevo Mundo, denuncia las atrocidades cometidas por algunos de sus compatriotas y, así, nos habla de ciertos grandes caciques de la provincia de Cupul que fueron quemados vivos, cuando no ahorcados, desmanes sueltos inevitables que trata de disculpar y comprender recurriendo a la historia y al pasaje de los hebreos sobre la tierra prometida, donde se alude a grandes crueldades en nombre de Dios, ya que, por otra parte, sus protegidos, los indios, están cargados de grandes defectos, como son la idolatría, la costumbre de repudiar a la mujer, la de celebrar grandes orgías en las que se embriagan públicamente y la de comprar y vender esclavos.
Precisamente de aquí provenía, en muchos casos, la inquina de los indígenas contra los religiosos que trataban de reformarlos. A continuación, Diego de Landa alude al resentimiento que, por otro lado, despertaban los franciscanos entre algunos de sus compatriotas, clérigos y militares. Fuera de los españoles, los que más odiaban a los religiosos eran los sacerdotes indígenas, cosa muy natural, admite Landa, puesto que veían en ellos a los culpables de su ruina y desprestigio. Siguen, después, capítulos muy interesantes sobre los castigos infligidos a los apóstatas (se suprimen los sacrificios humanos y se implanta la Inquisición), sobre las casas indígenas, ornamentos, instrumentos de música, vestidos, comidas, tatuajes, pantomimas, danzas, labores y cultivos. «Los yucatecas cuentan de 5 en 5 hasta 20, de 20 en 20 hasta 100, de 100 en 100 hasta 400 y de 400 en 400 hasta 8.000». El autor rinde homenaje a las mujeres del país, alabando su modestia y castidad y sólo les reprocha la costumbre de deformar la cabeza de sus hijos.
El libro termina informando sobre los sacrificios crueles u obscenos, los funerales, las estatuas destinadas a encerrar las cenizas de los difuntos, las ideas relativas al paraíso y al infierno, la computación del año y los signos que presiden los meses y los días. En 1864, el abate Brasseur de Bourbourg tradujo al francés la Relación de las cosas de Yucatán, añadiendo al texto de Landa los signos del calendario, el alfabeto jeroglífico y una gramática con un léxico de la lengua maya.