Después de El jardín de invierno [Der Wintergarten], aparecido en 1809, que es, empero, sólo una recopilación de antiguos motivos narrativos libremente refundidos, Ludwig Achim von Arnim (1781-1831) publicó en 1812 su primer volumen de novelas, que comprende: Isabel de Egipto (v.), Melück María Blainville, Las tres hermanas amorosas y el pintor afortunado, Angélica la genovesa y Cosmo el funámbulo.
En Melück María Blainville se narran las aventuras de una profetisa árabe que desembarca en Francia. Después de haber trastornado a muchos con su belleza trágica y misteriosa, acaba, en las horas tumultuosas de la Revolución francesa, ofreciendo su propia vida para salvar la de una rival en amor. Las tres hermanas amorosas y el pintor afortunado es, en cambio, la historia de Golno, pintor que, obligado por la maldad de los compañeros a abandonar Stettin, se dirige, acompañado por su novia Lena, a Amsterdam.
Allí comienzan sus aventuras: gana en la lotería y es recibido amorosamente por un pastor y dos hijas casaderas, Susana y Carlota. A continuación se descubre que Lena, abandonada por Golno, es hija natural del pastor. Entretanto, Golno adquiere gran cantidad de tela y procede a teñirla de negro. Favorecido por la suerte, a la muerte del rey Federico vende la tela con grandes beneficios; luego se dirige junto con Susana a Berlín y es acogido con grandes honores por el nuevo rey. Por fin, Golno se casa con Carlota, que también va a Berlín.
Pero cuando está a punto de ceder a la tentación de servirse de la alquimia para multiplicar su tesoro, es salvado por el buen juicio de Lena. Angélica la genovesa y Cosmo el funámbulo narra la historia de la condesa Angélica y de su hijo Cosmo que, sin saber quién es la condesa, se enamora perdidamente de ella. Pierde sus huellas y entonces la busca por todos lados. Por fin la encuentra: precisamente es la misma condesa quien va en su ayuda cuando es injustamente acusado, salvándolo así de una muerte segura.
A este volumen siguieron más tarde, publicadas separadamente, entre otras: El inválido loco del fuerte Ratonneau (v.) (1818), Los señores del mayorazgo (1820), Owen Tudor (1821), Rafael y las vecinas (1824), así como la colección Vida en la villa [Landhausleben, 1826]; más tarde todas estas novelas junto con las publicadas póstumamente fueron reunidas en la edición completa de las obras del escritor, editada primero a cargo de Wilhelm Grimm y luego por su mujer Bettina von Arnim.
Las novelas de Arnim son una mezcolanza singular, algunas veces feliz, pero a menudo inarmónica y estridente, de elementos ambientales realísticamente reconstruidos y de elementos fantásticos, fabulosos, mágicos, sacados en su mayoría de las creencias populares; de personajes y cuadros históricos dibujados con minuciosa pericia y de fuerzas obscuras, irracionales, demoníacas que, latentes tanto en la naturaleza como en el hombre, afloran y se entremezclan libremente.
Así, Isabel nos presenta el Brabante del siglo XVI; Rafael — uno de los primeros ejemplos de «Künstler-novelle» —, la Italia del Renacimiento; las Tres hermanas y el pintor, Amsterdam y Prusia a principios de 1700; Angélica la genovesa, el Rococó alemán. Por otro lado, en cambio, tenemos la mandrágora, el Golem, lo maravilloso, la «locura»: todos ellos elementos irracionales que subvierten el armónico desarrollo de las cosas, no ya combatidos como en tiempos de la Ilustración o incluso de Goethe y de Schiller por el hombre que, al defenderse, afirma sus libertades y el dominio sobre sí mismo, sino admitidos como congénitos a su misma sustancia humana.
La elevación de lo irracional al grado de sobrenatural, evidente en Arnim, disminuye la responsabilidad moral. No es ya el hombre quien manda, sino el «demonio» (v. El inválido loco), para quien los hombres son sólo, a menudo, autómatas maniobrados por el destino; únicamente el amor consigue algunas veces dominar la irrupción inesperada de las fuerzas subterráneas. El contraste entre las preocupaciones éticas del prusiano y aristocrático Arnim y el endiablado desorden de su mundo fantástico es fortísimo.
Tanto más difícil es, por tanto, dados dichos contrastes, alcanzar armonía y plenitud, aunque sean solamente formales. Solía decir Wilhelm Grimm que los cuentos de Arnim son como cuadros a los que falta un lado del marco, la pintura continúa por aquel lado, hacia el infinito, de modo que en cierto momento ya no se distingue el cielo de la tierra. Otros los llaman «arabescos», precisamente^ teniendo en cuenta su «Formlosigkeit».
La única mediadora entre ambos mundos, el sobrenatural y el real-racional, es la fantasía; pero se trata de una fantasía fría, casi cruel, inagotable,’ que se complace demasiado con su juego, aunque en algún momento se muestre asustada de su tremendo poder de evocar a los fantasmas que reposan en el fondo del alma de cada uno.
Ha sido precisamente este automatismo (que algunas veces cede el paso a un encendido realismo), especialmente acentuado en algunas novelas (por ejemplo, Melück Maria Blainville), sostenido por una prosa lúcida y seca, que inútilmente rivaliza con la forma compacta de la prosa de Kleist, lo que ha hecho que algunos de los críticos de Arnim (Béguin) hablasen, a propósito de sus novelas, de una especie de surrealismo «ante-litteram».
N. Saito