[Mélange]. Obra de Paul Valéry (1871-1945), publicada en 1941. El mismo autor señala el aparente desorden de esta colección de notas, de poemas y de fragmentos, escritos a veces a cincuenta años de distancia el uno del otro. Es posible, sin embargo, descubrir en ella algunos de los temas esenciales de la obra de Paul Valéry. Y en primer lugar su desdén por los conocimientos aprendidos en los libros: a la filosofía espontánea, expresión de la verdad de nuestra naturaleza y «que mide justamente la verdadera profundidad del hombre», opone la filosofía de los profesionales, que no es más que «lujo y literatura».
Ve una falta de sinceridad en las palabras, que hace expresar, quizás involuntariamente, a los términos una realidad mucho más rica que aquella que verdaderamente encubren. Poder rechazar en todo instante los sistemas, refutar las opiniones recibidas, tal debe ser la preocupación esencial de nuestro «yo». Es en Sócrates — que Valéry interpreta muy libremente, según su gusto — donde debe buscarse el ejemplo del verdadero sabio. El Sócrates de Valéry es pasablemente «egotista»: impulsado por el único deseo de formarse, no piensa más que en hacerse una idea de sí mismo, tan sincera como sea posible. Pero no está muy seguro de que este conocimiento de sí mismo ‘proporcione la felicidad; ella despierta más bien esa ansiedad del yo, que no llega a captarse más que en un espejismo movible y huidizo. Es esto lo que tan acertadamente expresa la «Cantate du Narcisse». En raras ocasiones aparece el yo en otro aspecto que en el de una historia discontinua, de la que tenemos una confusa idea.
La realidad del yo se nos escapa en principio, se halla rodeada y amenazada por lo irracional. Y éste es el asombro desgraciado del espíritu, que se siente volcado a lo universal, y se descubre prisionero de una particularidad corporal que limita su conocimiento al mismo tiempo que lo permite, pero fijándolo en lo individual. ¿Irremediablemente? Puede ser que no. Un movimiento ético de rebelión se eleva del yo, que quiere escapar a los automatismos sensibles y afirma su irreductibilidad a los sucesos que le afectan, a sus actitudes, a sus personajes. Es éste un impulso para tender a esa universalidad que se nos aparece ciertamente como nuestra suprema posibilidad, estado de desasimiento profundo de nuestra única esencia. Y es ésta la última lección de la «Cantate du Narcisse», que, más que dejarse destrozar por la Luz y el Amor, prefiere hundirse para desaparecer, pues él «tiene por supremo peligro / el corazón de otro que no puede más que cambiar…» [«tient pour le péril suprême / Le cœur d’autrui qui ne peut que changer…»]. Con Miscelánea alcanzamos las fuentes de la inspiración de Valéry y los rasgos esenciales de su carácter.