Los Tellos de Meneses, Félix Lope de Vega Carpió

De magní­fica «dilogía» se han calificado los dos poemas dramáticos, Los Tellos de Meneses y Valor, fortuna y lealtad, originales del gran dramaturgo español Félix Lope de Vega Carpió (1562-1635). La primera parte, propiamente llamada Los Tellos de Meneses, fue publicada en la Parte XXI… en 1635, fallecido ya el poeta.

Por lo que a la redac­ción de esta primera parte se refiere, y a pesar de las conjeturas de diversos críticos, sólo se puede fijar un término «a quo», la fecha de 1618, en que se publicó la Hespaña libertada de la poetisa portuguesa Bernarda Ferreira de Laurda — obra llena de errores históricos — y que sirvió de fuente a nues­tro autor. Los versos finales de esta primera parte dan a entender que en el momento de su redacción Lope de Vega no pensaba continuarla. La segunda parte, Valor, for­tuna y lealtad debió, pues, ser escrita algu­nos años después. La acción, mezcla de le­yendas y de situaciones y ambientes histó­ricos bastante conseguidos, la sitúa el autor en tiempos de Ordoño I, rey de León: para tener asegurada la paz con los reyes de Toledo y de Córdoba, Ordoño manda casar a su hija doña Elvira con Tarfe, rey moro de Valencia.

Pero la infanta, antes que con­vertirse en la esposa de un infiel, huye de la corte acompañada de don Ñuño. Su pa­dre cree que ha muerto. Lope inmediata­mente nos traslada al ambiente de los Me­neses en su hacienda de las montañas de León, donde esta familia, de la más pura tradición goda, vive desde la invasión de los musulmanes; nos presenta el carácter generoso y justiciero a la vez, y con una rara conciencia de su condición que le man­tiene alejado de la corte, de Tello el viejo; el afán de honores de Tello el hijo, perso­naje, éste, también de gran gallardía y libe­ralidad; a Laura, su prima, con quien Tello tiene que casarse; a Mendo, su criado, etc. En los montes de León, la infanta, abando­nada y desposeída de sus joyas (excepto de una sortija que le dio su padre el rey) por don Ñuño, entra a servir (escondiendo su condición y su nombre bajo el de Juana) en’ casa de Ramiro Aibar, vecino de los Tellos. Tello, cazando en el bosque, mata a don Ñuño, creyendo que se trata de un oso (jor­nada I). La segunda jornada centra toda su acción en la casa de los Meneses: en ella entra a servir Juana, y de ella se enamoran Tello (lo que provoca los celos de Laura) y Mendo (que pretende conseguirla con las joyas de la propia infanta que encontró en el bosque); Juana se siente atraída por Tello y da vagas esperanzas a Mendo con el fin de recuperar sus joyas. Al principio de la tercera jornada, Tello vuelve de la corte donde ha ido a llevar cuarenta mil ducados al rey para contribuir a los gastos de la guerra contra los moros.

Mendo, ce­loso del amor entre Tello y Juana, lo des­cubre a Laura y ésta despide a la sirvienta, pero por orden de Tello el viejo, Tello y los criados salen en su busca y la reciben de nuevo en la casa. Unos días después se aposenta en ella el Rey. En el huevo que durante el banquete se le sirve, Juana pone el anillo real, y debido a ello es reconocida por su padre y se concierta su matrimonio con Tello. En la segunda parte, Valor, for­tuna y lealtad, Alfonso, que en el tiempo de los sucesos anteriores era gobernador de Portugal, ha heredado de su padre la corona de León, y se obstina en anular el matri­monio entre Tello y su hermana por consi­derar a éste de inferior condición. Todo esto obedece a las instigaciones de don Arias, enamorado de la infanta. Alfonso, que no tiene descendencia, teme, en el fondo, a los Meneses. Nombrado padrino del segundo hijo de Tello y Elvira, rehúsa y se niega a asistir a la ceremonia. Unos días después se presenta en casa de los Meneses a buscar a Elvira y se la lleva a León (jornada I).

Tello el viejo hace memoria a Alfonso de la conducta de su padre Ordoño, y consigue que Elvira vuelva junto a su marido, lo que concede el Rey en vista de la imposi­bilidad de disolver el matrimonio, pero a condición de que Elvira no use el trata­miento de Infanta y que en casa de Mene­ses vistan de labradores y de que Garci- Tello, el hijo mayor de Elvira y heredero de la corona, se quede en la corte. Por ins­tigación de don Arias, el Rey ordena a Tello que organice un ejército y marche a luchar contra Almanzor, con la secreta esperanza de que muera en la batalla (jornada II). Tello regresa victorioso (el cielo le ha ayu­dado visiblemente en la lucha), y el Rey se congracia con él. Finalmente el rey arma caballero a Garci-Tello y los Meneses mar­chan a vivir a León (jornada III). Esta dilogía de Los Tellos de Meneses merece situarse en el primer plano de las obras de Lope de Vega.

Salvando los errores histó­ricos — que se hallan ya en la fuente que utilizó y que a veces se permitió alterar — la obra está perfectamente lograda, tanto por lo que se refiere a su acción dramática como a su ambientación. Otro gran acierto de Lope es la caracterización de los perso­najes: desde Tello el viejo hasta don Mendo aparecen trazados con gran seguridad psico­lógica. En estas dos obras hallamos muchas situaciones semejantes a otras del autor: así cuando la infanta oye cantar las coplas de su propia desdicha nos recuerda a El caba­llero de Olmedo (v.) e incluso a Tirso y otros autores. Los temas literarios, como la actitud de menosprecio de la corte y alaban­za de la aldea (que caracteriza y personifica Tello el viejo, que en un momento del dra­ma prorrumpe en un gozoso «Beatus ille»), el de la hija perdida y recobrada en una situación inferior, etc., son abundantes en la obra. Pero todo se armoniza estética­mente en una acción teatral equilibrada y perfecta.