Comedia «de títeres» en dos actos, tres cuadros y un prólogo, del comediógrafo español Jacinto Benavente (1866-1954), representada por vez primera en 1907.
La fantástica intriga se sitúa en una Italia convencional, en la Italia de la «commedia dell’arte» de la que, por otro lado, están sacados los nombres y los tipos de los personajes. Leandro, un joven aventurero sentimental y por lo tanto sin suerte, se dejaría arrastrar por la pendiente del fracaso si no tuviera a su lado a Crispín (v.) un criado astuto y previsor. Éste hace pasar a su dueño por un gran señor de incógnito y le encuentra crédito junto a un gran número de personas en la ciudad donde se han refugiado después de una serie de peligrosos fracasos. Lo que distingue la táctica de Crispín de la de un vulgar estafador es la teoría de «los intereses creados»: toda ficción, toda superchería tiene grandes posibilidades de éxito cuando se consigue vincular a ella un cierto número de intereses personales; favoreciendo a poetas sin mecenas y a capitanes sin gloria, prometiendo recompensas a señoras ambiciosas caídas en la miseria, y amenazando por otro lado con comprometedoras revelaciones, Crispín consigue hacer casar a su dueño con la hija única del hombre más rico de la ciudad, Polichinela (v.), uno de sus antiguos compañeros de cárcel. Leandro acepta resignado la ficción de su listo criado, pero enamorándose en serio de la víctima, amenaza con echarlo todo a perder, por negarse en el último momento a llevar a cabo un chantaje sentimental; pero también de esta manera sirve a los planes de Crispín, ya que también el amor es un interés, mejor dicho el más formidable de los intereses creados.
El argumento está desarrollado muy hábilmente, y los personajes se hacen perdonar lo que tienen de convencional y de tipológico por el color que adquieren en el calidoscopio poético de la fantasía de Benavente. Hay en la obra unas evidentes alusiones de sátira social, pero tratadas con mano tan ligera que la comedia puede conservar intacto su sabor poético. Interesante es la figura de Crispín, que en la amplia tradición de los «criados» nos parece el más refinado y consciente, poniendo su despreocupada filosofía al servicio de un dueño que se ha creado él mismo.
A. R. Ferrarin
Benavente tiene una concepción pesimista del mundo, un esceptismo aristocrático que no nos sorprende nunca con excentricidades de mal gusto y que no sale nunca de los límites de la elegancia. (Bonilla)