[Hemsöborna]. Novela de 1887, adaptada más tarde como «comedia popular en cuatro actos», del sueco August Strindberg (1849-1912).
El tema de la narración es la vida de los habitantes de un islote del archipiélago de Estocolmo. Ocupa el lugar central un aldeano värmlandés, emprendedor y astuto, Caris- son, que, habiendo ido al islote como simple mozo, pone en orden la finca y las varias propiedades de una viuda que, pese a su avanzada edad, no ha renunciado todavía a gustar de las alegrías de la vida. En cuanto el mozo llega a la casa, la viuda pone en él sus ojos y acaba proponiéndole la boda; a Carlsson no le parece mal y consiente, pero en compensación se hace asegurar la propiedad en el testamento: es el típico matrimonio aldeano, debido al dinero por una parte, y a la carne por otra. Sólo que los cálculos de Carlsson fracasan. Creía estar ya a cubierto y poderse permitir alternar la unión legítima con el amor más placentero de una joven procaz; pero al descubrir sus amoríos, la mujer destruye el testamento. Así Carlsson ve esfumarse el dinero y pierde más tarde la vida, ahogándose cuando llevaba a la iglesia, en barca, el cadáver de su mujer. Éstas son las líneas generales de la novela, en la que se despliegan de lleno las cualidades maestras de Strindberg: la precisión y, al mismo tiempo, la facilidad en la representación de la vida natural, la observación agudísima, que se centra en el dibujo incisivo de la humanidad primitiva, toda instintos y avaricia. Carlsson quiere conseguir dinero y, una vez asegurado eso, disfrutar de las mujeres; la viuda Flod, que cuenta con el dinero, trata de unirse con aquel muchacho emprendedor: de dicha situación fundamental se siguen lentamente escenas llenas de cruda vivacidad, como la bellísima de la siega.
La novela está llena de brío y de «gauloiseries»; pero no es cómica ni humorística, si bien no faltan pasajes humorísticos y cómicos. En el fondo hay una intuición radicalmente pesimista: aquellas gentes de Hemsö sólo se mueven por la avaricia y por la avidez, viven únicamente de apetitos y en dicha esfera inferior no hay lugar, ni puede haberlo, para los efectos intelectuales que llamamos cómicos, ni para la sonrisa indulgente o el humorismo, y en último término, tampoco para la bondad y la humana comprensión; en suma, para la luz del ideal.
V. Santoli