[Les effrontés]. Comedia en cinco actos de Émile Augier (1820- 1889), representada en 1861. En realidad, el descarado es solamente uno: Vernouillet, hombre que tuvo algo que ver con la Justicia, y que, volviendo a ocupar su sitio en la Bolsa, después de unos años de ausencia forzosa, presumiendo de su riqueza, se abre camino sin parar en escrúpulos. No hace lo mismo su amigo y colega Charrier, quien también tuvo algún que otro incidente con el tribunal correccional, y ahora, al cabo de veinte años, trata únicamente de no hacerse notar; Vernouillet ha fundado un periódico, «La Conciencia Pública», del que se sirve para crearse una personalidad, y hacerse respetar por el miedo que inspira. Para llegar a ser completamente respetable, sin embargo, le hace falta una mujer; ésta será Matilde, la joven hija de Charrier, que no se atreve a rehusársela. Pero Matilde, que ama a un joven periodista, De Sergine, implora la ayuda de su madrina, la marquesa de Auberive, que es precisamente la querida de Sergine. Ésta comprende y promete, suscitando de este modo la ira de Vernouillet, que, para vengarse, arma un escándalo, con una serie de artículos difamatorios, debidos a la pluma de Giboyer (v.), un periodista de fama equívoca. Pero el resultado es contrario a lo esperado: el marqués de Auberive, que llevaba muchos años separado de su mujer, para que cesen los rumores se reúne nuevamente con ella, y De Sergine se casa con Matilde. Augier se ocupa, como siempre, de la vida de la sociedad contemporánea, poniendo de manifiesto las culpas de la sociedad plutocrática y sin escrúpulos del Segundo Imperio y llamando la atención sobre el peligro de que surja una nueva potencia como resultado de la unión de la Bolsa con el periodismo. La comedia, aunque una de las más conocidas de este autor, no presenta en «el descarado» a una figura robusta, por la que la obra pueda seguir viviendo incluso lejos del ambiente que describe.
G. Alloisio
Un vigoroso sentido de la realidad salva la obra del peligro de la «tesis» y le impide derretirse en la abstracción así como perderse en el símbolo. Los caracteres tienen un relieve notable, un análisis más bien sumario, aunque resultan vivos y dramáticos en sus vigorosos rasgos. (Lanson)