El poeta y dramaturgo andaluz Federico García Lorca (1899- 1936) tituló así su primer libro de versos, publicado en 1921. «Ofrezco en este libro, todo ardor juvenil, tortura y ambición sin medida, la imagen exacta de mis días de adolescencia y juventud». Estas palabras de la introducción justifican el soplo de romanticismo confiado, y a menudo ingenuo, que orea estos primeros versos.
Como todo primer libro está hecho un poco de aluvión, con escasa unidad, pero sin las imperfecciones de tantas primeras obras. Hay destellos — y hasta algún poema acabado — del gran poeta que luego fue García Lorca, quizá el poeta español de este siglo que supo con más pasión, esfuerzo y arte, lo que es el misterio poético, ya que poseyó la llave de todos sus secretos. Motivos, símbolos, palabras-clave y personajes líricos que se repiten a lo largo de sus versos posteriores están ya presentes en el Libro de poemas. La luna, los azahares, el chopo de oro, el caracol, los álamos de plata, etc. Un largo poema titulado «El lagarto viejo»- es ya un claro precedente de la deliciosa canción «El lagarto está llorando…» En el poema «Nido» escribe: «¿Qué leo en el espejo/de plata conmovida?» Y recordemos que un soneto del libro Canciones se inicia así: «Largo espectro de plata conmovida…» Quizá la tendencia más acusada de esta obra sea lo que podría llamarse infantilismo lírico. Se insiste con ternura en el tema de los niños. Léanse «Balada de la placeta», «Pajarita de papel», «Balada interior» y otros. En «Balada triste» escribe: «Mi corazón es una mariposa,/ niños buenos del prado».
Pero de cuando en cuando, se insinúa el escepticismo o el desengaño juveniles; «Y tengo la amargura solitaria/de no saber mi fin ni mi destino». O escuchamos ecos de Rubén Darío o del primer Juan Ramón: «Todas las rosas son blancas,/tan blancas como mi pena». Su arraigado popularismo cristalizó en la «Balada de un día de julio», uno de los poemas más acabados del libro. Este estilo que, por aproximación, hemos llamado infantil, no lo es sólo porque habla de los niños, sino por la ingenuidad, por la dulzura y por cierta timidez expresiva (el propio Lorca llama «balada ingenua» a un poema sobre Santiago). Sin embargo, el estilo de las Odas de 1927 ya está implícito en la «Elegía a Doña Juana la Loca», que posee la solemnidad y el colorido de un retablo barroco. La manera poética del libro Poeta en Nueva York se rastrea también en versos como «La sombra de mi alma/huye por un ocaso de alfabetos».
A. Manent