Leyenda de Tres Monjes que van Al Paraíso Terrenal, Anónimo

Esta leyenda, publicada por C. Bosio en Venecia en 1846, y después por otros en varias redacciones, parece nacida en Italia, y se distingue de las narraciones afines porque, a pesar de estar tejida sobre temas comunes, que se repiten a menudo en la literatura medieval, conserva un carácter puramente ascético, excluyendo todo elemento novelesco y de aventuras.

Se cuenta en ella que tres mon­jes vieron un día bajar por la corriente del Nilo una rama de árbol maravilloso, con hojas de oro, de plata y de varios colores y frutos suavísimos. Comprendieron que procedía del Paraíso Terrenal que se halla en Oriente sobre un monte altísimo, y derra­mando lágrimas al pensar en aquel lugar de divinas dulzuras, decidieron ponerse inmediatamente en su busca, sin advertir si­quiera a su abad. Después de un largo viaje, en que la alegría del espíritu vence las fatigas del cuerpo, llegan al umbral del santo lugar, y allí, durante cinco días se detienen a contemplar, olvidándose de sí mismos y asombrados, el rostro resplande­ciente del ángel guardián. Por la benigni­dad de éste entran y caminan, entre las armonías de las esferas celestes y los can­tos de los ángeles; y, guiados por los santos ancianos Elias y Enoc, admiran los simbó­licos árboles, y la fuente de donde brotan los cuatro grandes ríos: Tigris, Eufrates, Gión (Nilo), Fisón (Ganges), y los peces que hacen eco a los cantos del Paraíso, y los pajarillos de plumas coloradas, «encen­didas lucernas» de los que se eleva un coro de alabanzas a Dios.

Pasan en la extática contemplación unos setecientos años, y ellos no creen que hayan pasado ocho días cuan­do Enoc y Elias los despiden. Vuelven al monasterio, donde unas siete generaciones de monjes se han sucedido mientras tanto, y nadie conoce a los santos peregrinos; pero un viejo misal que guarda recuerdo de su desaparición, les da fe de ello. Después de cuarenta días mueren, y se convierten en cenizas, mientras entre perfumes y cantos, los ángeles suben sus almas al cielo. Esta narración, obra de un anónimo medieval, está toda ella aureolada de una luz de en­sueño y éxtasis; la embriaguez del rapto místico, el naufragar de la humana concien­cia en la sima placentera de lo divino, son descritos con procedimientos ingenuos, pero de profunda eficacia.

E. C. Valla