Lepidina, Gioviano Pontano

Breve poema en hexámetros latinos de Giovanni, conocido por Gioviano Pontano (1426-1503), compuesto en 1496. Siguiendo el modelo de las catulianas Bodas de Peleo y Tetis (v.), el poeta presenta un verdadero desfile de divinidades que personifican las bellezas del golfo de Parténope.

Da pie al poema una pareja de jóvenes campesinos, Lepidina y Macrón, que, en un bosque de los alrededores de Nápoles, aguardan el paso del cortejo de la sirena Parténope y el río Sebeto. Lepidina, mientras evoca las bellezas del pasado, el afecto de su Macrón y las primeras entre­vistas amorosas, teme que Macrón se apa­sione por la espléndida ninfa Parténope, y trata de alejar este peligro por medio de conjuros. Pasa en cortejo una larga y pin­toresca secuela de divinidades, entre cam­pesinos que cantan las alabanzas de la novia: nereidas y dioses, entre los cuales están Posilipo, Mergelina, Capir, Amalfi. Las movidas digresiones mitológicas acerca de una u otra divinidad dan pretexto para hablar de los lugares más notables de Ná­poles, incluso de plazas y barrios, bajo forma alegórica de ninfas urbanas o sub­urbanas. Lepidina y Macrón llegan a la casa de Meliseo (que es el mismo Pontano), triste por la muerte de Fosforis (la hija del poeta, Lucia Marcia).

La ninfa Pianuris describe a los héroes que van a asistir a las bodas divinas: entre ellos figuran Miseno, Prócida, Capodimonte y Vesubio con un séquito de doncellas y muchachos. Sigue un coro de Dríadas y Oréadas, con nuevas alabanzas para la morada del poeta en Antignano, representada por la ninfa Antiniana: ésta entona un largo epitalamio y anuncia, después de la de Virgilio, la eterna fama de un nuevo cantor. El breve poema es excelente por su forma y musica­lidad, pero la parte más notable en la con­cepción idílica de la naturaleza viene dada por una realista y centelleante jocundidad, que permite, por ejemplo, la descripción de la plaza del mercado con Vesubio que lava los rábanos en la fuente y el asnillo que lleva cestas de fruta y otras cosas para la gente.. La misma visión de la vida rústica da al modelo clasicizante un carácter com­pletamente nuevo, del que se valdrá incluso Folengo para las églogas macarrónicas de su Zanitonella (v.).

C. Cordié