Obra del gran novelista español Pío Baroja (1872-1956). Es una bella novela de mar, del mar Cantábrico principalmente, cuyas hermosuras se cantan con el mismo entusiasmo (teniendo en cuenta la diversidad de estilo y temperamento) que Blasco Ibáñez cantara el Mediterráneo. El protagonista, un muchacho vasco y aventurero, narra su niñez apasionada por el mar que brama junto a la costa de su pueblo, su juventud marinera, su madurez de marino y de hombre, junto con sus amores — en verdad menos interesantes e importantes que cuanto atañe al mar y a sus hombres — y sus venturas y desventuras como navegante. A su propia historia se entremezcla la de un tío suyo, aventurero y marino también, que al final de su vida viene a instalarse — al margen de la familia — en el pueblo natal y con cuya hija, una delicada muchacha, se casa Shanti Andía después de batallar con las olas de muchos mares y con el oleaje de su propia juventud soñadora y valerosa.
Una buena y documentada información sobre la trata de negros ocupa gran número de páginas; el autor se manifiesta enterado a fondo del feroz contrabando de los negros, así como del temperamento de los capitanes de barco que se dedicaban a ese negocio. Una nostalgia inmensa por el mar de antaño, el que surcaban velas y recorrían hombres llenos de empuje viril y de anhelo de aventura, anima la obra. El autor, que en todos sus libros ha exaltado la inquietud y el vagabundeo, termina este bello canto marítimo con esas palabras: «Ya en Lúzaro nadie quiere ser marino; los muchachos de familias acomodadas se hacen ingenieros o médicos. Los vascos se retiran del mar. ¡Oh, gallardas arboladuras! ¡Fragatas airosas, con su proa levantada y su mascarón en el tajamar! ¡Redondas urcas, veleros bergantines! ¡Qué pena me da el pensar que vais a desaparecer, que ya no os volveré a ver más! Sí, yo me alegro de que mis hijos no quieran ser marinos…, y sin embargo…» Recientemente ha sido llevada a la pantalla por A. Ruiz Castillo.
C. Conde