Las Fuentes de Roma, Ottorino Respighi

[Le fontane di Roma]. Poema sinfónico para orquesta (1916) de Ottorino Respighi (1879-1936), en el que se nota gran influencia de Strauss y Debussy; el primero, sobre todo, por la instrumentación; el segundo, por ciertos aspectos de la armonía y por el uso de al­gunos timbres de la orquesta (particular­mente los sones quejumbrosos y líquidos de la flauta, del clarinete y del oboe). Por lo que respecta a la concepción del poema sinfónico, es totalmente distinta de la de Strauss; mientras que el poema de éste es «narrativo» y subordina el desarrollo del fragmento musical a una ley exterior, el poema de Respighi es «pictórico» y «des­criptivo» y el propósito no es más que la enunciación de algunos motivos sentimentales. La primera parte, inspirada en la «Fontana di Valle Giulia», evoca un pai­saje pastoril: rebaños de ovejas pasan y se pierden en la bruma fresca y húmeda de un amanecer romano. Una inesperada lla­mada de las trompas, fuerte e insistente, inicia la segunda parte («La fontana del Tritone»), que es como una especie de lla­mada jubilosa a la cual acuden, en grupo, náyades y tritones, danzando desenfrenada­mente. Un tema solemne aparece, mientras tanto, sobre el ondear de la orquesta: es la «Fontana di Trevi», al mediodía.

El tema, solemne, pasando de la madera al metal, adquiere un aire triunfal. Resuenan las «fanfares» y pasa sobre la superficie radian­te de las aguas el carro de Neptuno. La cuarta parte («La fontana di Villa Medici al tramonto») se anuncia por medio de un tema triste que se levanta sobre un quedo murmullo. Es la hora nostálgica del ocaso. El aire resuena de sones de campanas, de murmullos de pájaros, del crujir de hojas. Luego todo se calma dulcemente en el si­lencio de la noche. Las Fuentes de Roma tienen la felicidad y la plenitud de vida de las obras nacidas en el justo momento histórico. Al borde de la guerra mundial, son la última expresión artística de una sociedad próspera y madura, burguesamen­te rica y libre de preocupaciones, contenta con un arte de decoración suntuosa y so­lemne. En los Tritones, brillante cómo el esmalte, que aclaman en pomposo cortejo el triunfo de Neptuno, se ven fuertes musculaturas, carros adornados con toda magnificencia, entre saltos de agua de fuen­tes luminosas, en un desfile orgulloso de poder y, sobre todo, de riqueza. La orques­ta tiene un énfasis al estilo de Strauss, y está reforzada por instrumentos excepcio­nales y extravagantes, arpas, celestas, cari­llón, campanas, campanillas. Más sutil e ín­tima es la poesía instrumental de la «Fon­tana di Valle Giulia» y de la «Fontana di Villa Medici», donde el color instrumen­tal es prodigado a manos llenas y gozado sensualmente.

Con el Respighi de preguerra (en el clima de los años que siguieron no volvió a encontrar el fácil acuerdo con su tiempo que es el secreto de Las fuentes de Roma), el joven sinfonismo italiano, pro­ducto directo de la severa disciplina clásica en la que le había iniciado Martucci, tra­baba conocimiento con las dos máximas no­vedades europeas: Strauss y Debussy, se preparaba para dar acogida a nuevas y más audaces expresiones al mismo tiempo que decía una palabra por su cuenta: espejo de la magnificencia dannunziana de la ca­pital fin de siglo, donde el cielo, las aguas, los jardines, forman un sugestivo marco natural a los testimonios de la historia y del arte.

M. Mila