[Samfundets stetter]. Obra dramática del escritor noruego Henrik Ibsen (1828-1906), publicada en 1877. El cónsul Bernik comete una mala acción y deja que uno de sus amigos, Johan Tonnesen, se declare culpable y que, hostigado por los chismes y murmuraciones de la pequeña ciudad, emigre finalmente a América. Más tarde, prosperan los negocios del cónsul y éste se ve rodeado de una serie de necios orgullosos y ruines que le admiran ciegamente, habiéndose transformado en la más firme «columna de la sociedad». Bernik se siente prisionero de la mentira que le ha traído honores y riquezas. De aquí que, cuando Johan Tonnesen, de regreso de América y deseoso de dar un nombre sin tacha a la mujer con quien desea casarse, suplica a su cuñado (Bernik, entretanto, se ha casado con una hermana de Johan) que esclarezca la verdad, Bernik, después de agotar sin éxito todas las razones a su alcance en apoyo de su negativa, decide cínicamente deshacerse de Tonnesen en la primera ocasión propicia. Este último, disgustado, anuncia su propósito de retornar a América, y el cónsul le deja que embarque en un navío averiado con plena conciencia de que no podrá hacer la travesía. En el momento de la partida, de pronto, le anuncian a Bernik que su hijo, cuya cabeza se ha llenado con las historias del Far-West que le ha contado su tío, ha decidido irse con él en el barco, que, finalmente no se hará a la mar, porque un contramaestre descubre a tiempo la avería.
Bernik, presa de las inquietudes y de los remordimientos que súbitamente le habían asaltado, comprende entonces que jamás podrá gozar de una paz completa hasta que no revele públicamente la verdad. Con motivo de una fiesta en honor de la mejor «columna de la sociedad», Bernik se dirige a los numerosos asistentes haciendo pública confesión de sus faltas. La «sociedad» se aleja inmediatamente de él, pero Bernik experimenta la alegría de comprobar que su familia, hasta entonces resentida con él por su falsedad, le brinda su entrañable afecto y comprende que ha vuelto a encontrar la parte más valiosa de sí mismo. Este drama, que conoció un fulminante éxito, especialmente en alemania, levantó vivas protestas en la patria de su autor, no sólo porque Ibsen se apartaba de las tradiciones del teatro clásico, sino, sobre todo, por la pintura excesivamente pesimista que en él se hacía del mundillo de los navieros. Sin duda, la obra de Ibsen contiene más de una inverosimilitud, pero sin impedir que se alce como una pieza de primer orden del tema de la hipocresía social, sobre el que Ibsen insistirá en dramas posteriores.