[Scott’s Last Expedition]. Diario del capitán Robert Falcon Scott (1868-1912), publicado en 1914, tal como se descubrió sobre su cadáver. En él el malogrado explorador inglés narra cómo, animado por la fracasada tentativa de Shackleton en 1909, organizó en 1910 una expedición para alcanzar el Polo Sur. Partiendo el 29 de noviembre de 1910 de Nueva Zelanda, el «Terranova», el buque de la expedición, penetra, después de una dura lucha contra los hielos antárticos, en el mar libre de Ross y el 14 de enero de 1911 la expedición desembarca y establece sus cuarteles invernales en cabo Evans (isla de Ross).
En la primavera (que allí tiene las características del otoño en el hemisferio Norte) se llevan a cabo algunas expediciones no siempre afortunadas para establecer depósitos de víveres hacia el Polo; luego parte el «Terranova» y transcurre el verano en exploraciones científicas, a menudo frustradas por las terribles ventiscas («blizzards»). Hasta el otoño Scott no emprende, con trineos arrastrados por «ponies», la gran expedición hacia el Sur. La marcha es fatigosa y lenta, y a menudo detenida por los «blizzards». A los pies del glaciar de Beardmore es necesario matar a los caballos supervivientes, y los hombres siguen la ascensión arrastrando ellos mismos los trineos, con grandes fatigas, entre barrancos peligrosísimos. En la ,altiplanicie el camino es más fácil, aunque no menos fatigoso; y cuando el 18 de enero de 1912 un grupo compuesto de cinco hombres, entre los que figura Scott, alcanza por fin el Polo, la bandera noruega ya ondea en la meta tan fatigosamente conquistada: Amundsen había llegado aproximadamente un mes antes que ellos.
Desilusionados, aunque aliviados por la satisfacción de haber cumplido su promesa a pesar de la fortuna adversa, los cinco se preparan a regresar. Pero nuevas desgracias los esperan; a los pies del glaciar de Beardmore uno de los componentes de la expedición, Evans, muere de fatiga y frío; en la llanura de hielo la nieve blanda, la temperatura muy baja y los continuos «blizzards» hacen la situación casi desesperada. El 16 de febrero otro miembro de la expedición, Oates, al presentir su muerte, abandona la tienda y ya no vuelve. Los tres supervivientes siguen adelante con valor; pero el 23 de marzo, una gran tormenta los bloquea en su tienda, con escasos víveres y sin combustible, sólo a 20 kilómetros de un depósito que, de ser alcanzado, los habría salvado; y el 29, agotadas las previsiones, perdida ya toda esperanza, el capitán Scott, escribiendo las últimas líneas de su diario y el «Mensaje al público» [«Message to the Public»], que es como su testamento espiritual, se prepara serenamente a morir con sus compañeros.
Es éste uno de los más palpitantes libros de las expediciones polares; la tragedia de los tres hombres condenados a una muerte cierta en la inmensa desolación de los hielos se ilumina con una viva luz de heroísmo, y el sentido del deber se afirma, espiritualmente victorioso, sobre el sufrimiento y la muerte.
P. Gobetti