Poema compuesto por Fernando de Villalón-Daoíz y Halcón (1881- 1930) y publicado en 1928. Representa la culminación en el tiempo y en el intento, de la obra del poeta tardío y presuroso.
Abandonando la sencillez campera de sus primeras obras, Villalón forja en estas páginas un poema mitológico y policromo. En el situado horizonte de la soledad marismeña, aparecen las efigies de los «bicornios de turiferario hocico». Avanzan a través de la conceptuosa neblina matinal, despertando el campo. De pronto, inevitable fruto de la misma sangre, surge la pelea entre los toros. Acude el vaquero, centauro armado de lanza, que, ayudado por el perro («siervos sus dientes de la voz del amo»), aplaca al astado vencedor. El toro pide auxilio a «los eunucos». Pero éstos han renunciado a la lucha, y se someten al hombre: se prestan a conducir al coso a los rebeldes bicornios de los pastizales. Durante la marcha cantan los prisioneros tristes salmodias de destierro. Dialogan dos coros: el de los bicornios, nostálgicos de su mediterránea estirpe, y el coro de los eunucos, que increpa a los «toros de Atlante, fatuos y cerriles».
Pero los toros bravos no cejan en su desprecio de los cornúpetas que han dejado el vasallaje de Marte por el de Mercurio. El diálogo clasicista y alambicado es interrumpido por una extemporánea meditación sobre el cambio de los tiempos. A los toros, «su antiguo dios sin compasión los deja».
R. Jordana