[La fanciulla del West], ópera en tres actos de Guelfo Civinini y de Carlo Zangarini, tomada del drama The Girl of the Golden West (1905), de David Belasco y John Luther Long, con música de Giacomo Puccini (1858-1924), estrenada en el Metropolitan de Nueva York el 10 de diciembre de 1910. Nos hallamos en un campo de mineros, en California, en los tiempos de la fiebre del oro (1849-50).
Minnie, propietaria del bar de la Polka, sabe sujetar a su turbulenta clientela, o por las buenas — enseñándoles a leer la Biblia — o por las malas. Su local viene a ser un lugar de parada de guardias y bandidos; Ranee, el sheriff, viene con frecuencia a cortejarla, sin olvidar la persecución de una banda de malhechores mexicanos. El jefe de esta banda es Johnson, al que Minnie conoció, una vez, en circunstancias románticas. Johnson no es malo: tanta es la poesía que encierra en su corazón y tan buena halla a Minnie, que se conmueve y piensa con nostalgia en días lejanos y en cosas imposibles. Después, acogido por ella en la pequeña casa aislada, prosigue su sueño, cuyo centro es Minnie, y obtiene de ella un beso. Cuando intenta salir, cae en una emboscada tendida por el sheriff, es herido en el costado por un balazo y se refugia en el desván.
El sheriff sabe quién es, y sabe que se halla en la casa porque le cae en la mano una gota de sangre. Lo hace bajar y Johnson se desmaya apoyando su cabeza en la mesa. Minnie tiene en jaque al policía, que la desea, y propone jugar al poker una partida decisiva: si ella pierde, Ranee tendrá una presa doble, y si vence, Johnson será libre y suyo. Juega y hace trampas para vencer: el sheriff ha de irse solo. Pero Johnson, cuando marchaba lejos con el propósito de redimirse, es apresado y va a ser colgado de un árbol. Pero no tiembla; solamente afirma que nunca mató y ruega, por el amor que todos sienten por Minnie, que ella no sepa nunca su muerte. Así lo creerá libre en tierras remotas, llevando un nuevo camino de redención. Pero aparece Minnie galopando en su caballo. Primero se impone con la pistola y luego vence con el encanto de su bondad: recuerda a cada uno su miseria, su casa lejana, el calor beneficioso de su corazón de hermana. Y uno a uno todos ceden. Minnie se lleva a su Johnson, y aquellos hombres rudos la ven marchar con lágrimas en los ojos.
Es un fenómeno de renovación dentro de un círculo estético nada nuevo: la Muchacha del Oeste tiene todas las cualidades persuasivas que son congénitas en el Puccini de Manon (v.) y de Bohéme (v.); a ello se añaden las cualidades adquiridas por el artista en continua comunión con las obras de los innovadores, estudioso de todo lo nuevo, y atento a la producción de cada país. Es una ópera «al estilo» del 1910, de un artista genial y severo. .Tras el corazón de Puccini hay la mente del maestro habilísimo, que se. esfuerza en ofrecer el aspecto más simple posible de todo lo que crea. Por tal medio consigue una eficacia perfecta. Muy frecuentemente — y todos recordamos el ejemplo clásico del fragmento «Que ella me crea libre y lejos» — toda la contribución de la orquesta se reduce a seguir el canto, nota por nota. Y en los momentos de mayor intensidad dramática (la partida de poker, por ejemplo) unas poquísimas notas bastan para hacernos palpitar. La orquesta ofrece en conjunto una trama sinfónica de tejido amplísimo, moderada hasta el extremo. Pero la trama es de gran calidad. Las notas parecen contadas con parsimonia: pero cada una fue elegida sabiamente, con un gusto y un sentido teatral sin rival. Y sobre todo está la emoción siempre presente, siempre pucciniana.
E. M. Dufflocq