[La légende des siècles]. Es la obra poética más famosa de Víctor Hugo (1802-1885), publicada en tres series en 1859, 1877 y 1883. En esta obra partiendo evidentemente del grandioso proyecto ya esbozado en el prólogo de Luces y sombras (v.), Hugo, poeta supremo, juez y profeta de la civilización en su progreso, aspira a «expresar la humanidad en una especie de obra cíclica», cantar «el desarrollo del género humano de siglo en siglo, el hombre que asciende desde las tinieblas al ideal, la transformación paradisíaca del infierno terrestre, el lento y supremo nacer de la libertad, derecho para esta vida, responsabilidad para la otra». En sus 61 partes (en conjunto más de treinta mil versos), ofrece toda la historia de la humanidad en una serie de cuadros, desde los orígenes legendarios a los tiempos modernos, interpretada como una perpetua lucha entre el Bien y el Mal, una dramática alternativa de afirmación de la humana sabiduría o de la humana bestialidad, de los crímenes de la Violencia y de la Tiranía o de los fastos del Valor y de la Bondad.
La mayor parte de las veces la parte doctrinal está sobreentendida o indicada en un estilo típicamente pictóricodescriptivo; debido a ello, la obra, por lo menos en sus partes mejores, tiene la forma de un collar de fragmentos «épicos». Después de una grandilocuente introducción («La visión d’oü est sorti ce livre») en la que el poeta evoca el «muro de los siglos» que se ha abierto milagrosamente a sus ojos, la obra empieza con una especie de Génesis («La Terre») y pasa luego a describir los tiempos primitivos; en la parte, titulada «Desde Eva a Jesús», contiene ocho poemas no exentos de una extravagante teología, entre los cuales se encuentran grandiosos fragmentos descriptivos y una obra maestra indiscutible, el célebre cuadro de «Booz dormido» («Booz endormi»). Sigue una visión de la Grecia mítica, apoyada casi toda en la lucha simbólica entre los gigantes y los dioses. La Grecia histórica es vista sumariamente a base de algunos recuerdos gloriosos de la guerra contra la tiranía (los «Trescientos en las Termopilas», el «Estrecho del Euripo», «Canción de Sófocles en Salamina»). De Roma no se da más que una horrible imagen de la decadencia («Au Lion d’Androclés»). Si bien Hugo se reserva un brillante retorno al mundo clásico («Les sept merveilles du monde», XII parte) de grandiosidad típicamente parnasiana, se apresura a llegar al turbulento período que se ex-tiende desde las invasiones bárbaras («Atila») a la Edad Media.
Es una Edad Media típicamente romántica, violentamente amanerada, donde una larga y terrorífica serie de crímenes y atrocidades es iluminada por alguna refulgente figura de héroe caballeresco, vengador de la injusticia y vencedor del Mal; un período que abarca más de mil años ocupa casi la mitad de la obra. A las visiones del mundo occidental se mezclan brillantes evocaciones del Islam; y la España cristiano árabe ocupa naturalmente una gran parte. La larga serie de horrores a que puede resumirse, según el poeta, la mayor parte de la vida social de aquella época le sugiere a veces cuadros inolvidables, de obsesionante sugestión, como «Les Deux Mendiants» (tremenda sátira contra la Iglesia y el Imperio), «Les Reitres» (pintoresca canción de mercenarios) y, especialmente, «Le jour des Rois». También ocurre a menudo que la insistencia sobre ciertos temas engendra una enojosa monotonía. Pero la leyenda de «Eviradnus» y la azarosa historia de «Le petit roi de Galice», con la épica figura de Roldán (XV parte, «Los Caballeros andantes»), contienen momentos de incomparable fuerza descriptiva. Y así, inspirándose notoriamente en el Cantar de Roldán (v.) y en otros poemas carolingios o en el Romancero (v.), Hugo ha hallado de nuevo sus mejores cualidades de príncipe de la técnica en la poesía lírica y en los pequeños poemas narrativos, algunos de los cuales se han hecho merecidamente famosos («Le Romancero du Cid», «Bivar», «Aymerillot»).
A pesar de estas figuras heroicas, la Edad Media resulta una época de repugnante opresión, en que los verdaderos amantes de la justicia fueron casi siempre considerados como peligrosos rebeldes («Welf, Castellan d’Osbor»); y esta concepción simplista encuentra su más completa expresión en un extenso poema de más de mil versos («Les quatre jours d’Elciis»). Los poemas dedicados a la época del Renacimiento son relativamente pocos, pero hay uno famoso: «Le Satyre», especie de canto cosmogónico evidentemente inspirado en la égloga VI de Virgilio. El poeta se enfrenta a continuación con la época del absolutismo, del oscurantismo, de la Inquisición, etc. El «Grupo de los Idilios» que sigue (XXXVI parte) es como una pausa de gracia y serenidad: 32 piezas líricas que ofrecen el recuerdo y el estilo de otros tantos poetas, desde Orfeo, Teócrito y Virgilio a Dante, Petrarca, Ronsard y André Chénier. En la última parte, el poeta relega la evocación histórica propiamente dicha a una sola parte («El tiempo presente»: de la Revolución al Segundo Imperio), y parece más bien interesarse en exponer sus ideas en largos poemas filosóficos que, por su inspiración y técnica, se enlazan con las grandes piezas líricas de la segunda parte de las Contemplaciones (v.). De manera que, en su misma variedad de estilos toda la obra, a pesar de las constantes referencias a una unidad de visión más que nada programática, revela su carácter fragmentario.
A pesar de los grandes fragmentos de poesía donde Hugo afirma su genio, acaba por perder en esta obra aquella soberbia precisión de imágenes y solemne elevación que fueron sus más seguras cualidades. La leyenda de los siglos, a pesar de haber quedado como uno de los monumentos más considerables del siglo XIX, resulta inferior, por su unidad de tono y novedad de poesía, a su verdadera obra maestra que hay que buscar en las Contemplaciones (v.), y esto a pesar de competir gloriosamente con ellas, no solamente en todos los episodios que ya hemos citado, sino en muchos otros, que son famosos fragmentos de verdadera y gran poesía: «Le mariage de Roland», «Les paysans au bordo de la mer», «Océan», «Guerre civile» (los conocidísimos versos sobre la Comune), «Petit Paul», etc.
M. Bonfantini
Víctor Hugo ha creado el único poema épico que podía crear un hombre de su tiempo para lectores de su tiempo. (Baudelaire)
Es sencillamente enorme. Este libro me ha impresionado inmensamente. (Flaubert)