La Interpretación de los Sueños, Sigmund Freud

[Die Traumdeutung]. Obra del psicoana­lista austríaco Sigmund Freud (1856-1939), publicada en 1900. Es la primera tentativa de estudiar el sueño como hecho psíquico relacionado con la vida psíquica que se desarrolla durante la vida diurna, y hallar en él un significado capaz de demostrar la continuidad de la actividad espiritual a tra­vés del sueño y la vigilia. En esto consiste el valor efectivo dé la obra, que viene así a rescatar nuestra vida nocturna de la ce­guera del mero fenómeno físico; los extre­mos a que llega, ya en el terreno de la psicología, ya en el de la psicoterapia, deben, en cambio, considerarse hoy como superados tanto por las exigencias de una es­peculación filosófica como por las compro­baciones de la ciencia médica.

La obra comprende un «estudio sobre la historia del problema del sueño, que sigue siendo una de sus partes más importantes, un análisis de los elementos constitutivos del sueño, en sus formas más elementales como en sus formas más complejas, un estudio de la elaboración de las causas que lo determinan y de los significados que llega a asumir. Según Freud, el sueño es, esencialmente, la representa­ción de la realización de un deseo: el que tiene hambre y sed sueña con comer y be­ber; los niños sueñan que obtienen los ju­guetes que desean, y así sucesivamente. Al pasar de los deseos más sencillos a los más complejos, el mecanismo de los sueños nece­sita efectuar una traducción de valores; en efecto, el sueño puede ser considerado como un pensamiento que se desarrolla por imá­genes y, como no todos los elementos que constituyen un deseo tienen una forma vi­sual, es menester que estos elementos sean traducidos en formas representables. Se ob­tiene así una primera elaboración del contenido del sueño. Una segunda y más impor­tante elaboración nos viene dada por la constante presencia de nuestra vida moral: cuando nuestro deseo es tal que nuestro sen­tido ético lo condena, es rechazado por una rigurosa censura de nuestra actividad cons­ciente: pero no por ello queda anulado; por el contrario, consigue igualmente expresarse, pero como por subterfugio, adquiriendo una forma alegórica que, en apariencia, es del todo inocente. Así, en el sueño hay que dis­tinguir un «contenido manifiesto» y un «con­tenido latente»; el primero nos es dado por los elementos visuales que se relacionan con imágenes y sensaciones recientes, material en bruto que forma la sustancia represen­tativa del sueño, y sirve para la traducción de los valores no representables.

El segundo está constituido por su significado profundo y secreto. Pero Freud quiere unificar este significado y hallarle un sustrato origina­rio y común para todos los sueños: el deseo sexual. Como las imágenes recientes, o «res­tos diurnos», son el medio por el cual el sueño consigue representar un deseo nuestro cualquiera, así este deseo no es sino el medio por el cual consigue expresarse un instinto sexual nuestro más profundo. El sueño, pues, se presenta estratificado. A me­nudo, para llegar a su fundamento real, es menester superar varias estratificaciones, porque la representación de un deseo se convierte en símbolo de otro deseo, el cual es, a su vez, símbolo de un tercer deseo, al que siguen un cuarto, un quinto, etc., hasta llegar al deseo que está escondido detrás de la representación de todos los demás: el deseo sexual. Esto sucede particularmente cuando el espíritu se rebela contra la nece­sidad de reconocer este instinto y, por con­siguiente, censura con rigor todas aquellas representaciones que pudieran revelarlo. En este caso se tiene la «represión» («réfoule-ment», «Zurückprángung»), o sea el recha­zar violentamente la sensualidad hasta el fondo ciego de nuestra inconsciencia. For­mas extremas de este fenómeno son las psi­cosis en las cuales el hombre actúa, como en el sueño trasladando sobre objetos simbóli­cos y secretamente alusivos su sensualidad hasta hacerla aparentemente irreconocible.

Estas últimas conclusiones, en las que Freud veía la esencia de su teoría, son las que se han revelado más débiles; la reducción de toda la vida secreta de nuestro espíritu a una sensualidad elemental enlaza el pensa­miento freudiano con un positivismo que el propio Freud se proponía superar, y las relaciones que el autor ve entre el sueño y la producción artística y el mito, aunque deslumbradoras, confirma el carácter cientificista de la teoría.  En su esfuerzo para remontar el curso de aquel proceso por medio del cual, partiendo de las sensaciones y de los impulsos más elementales, se forma el pensamiento, Freud se detuvo en este primer instinto que, hallándose en el ori­gen de la misma generación, podría parecer rigurosamente inicial. Pero, a su vez, la sexualidad presupone una vida moral del espíritu, evidentemente anterior, si es capaz de juzgarla éticamente. Se forma de este modo un dualismo entre vida psíquica y vida moral, el segundo término del cual es presupuesto pero, no estudiado en sus orígenes; y nada nos autoriza de este modo para afirmar que no resida en él el motivo primero del sueño. [Trad. de Luis López- Ballesteros y de Torres, en Obras completas, tomos VI y VII (Madrid, 1948)].

U. Déttore

Hallar la clave, la cifra reveladora capaz de traducir la enigmática lengua de los sue­ños en la de la vigilia, parece que sólo sea posible a la magia, a una intuición de veras clarividente. Pero Freud posee en su taller psicológico una ganzúa que le abre todas las puertas, y se vale de un método casi infa­lible: cada vez que se propone alcanzar un fin más complejo, parte del punto de vista más primitivo. Siempre aproxima la forma primigenia a la forma definitiva; siempre y por doquier, para comprender las flores, descubre las raíces. (Zweig)