Larga novela del narrador neogriego Alejandro Papadiamandis (1851-1911), publicada en 1903. La protagonista es una vieja viuda, Chadula, que mientras vela junto a la cuna de su última nietecita, revive como en un sueño todas las amarguras de su vida de mujer. Servir, siempre servir: primero a los padres, después al marido y a los hijos, ahora a los nietos. El destino de la mujer es sufrir, y prodigarse en una existencia de renuncias y de dolores; cada niña que nace, es una desgracia, incluso en casa de los ricos, pero mucho más para la gente pobre; la muerte es una liberación. Bajo la obsesión de estos pensamientos, la vieja extiende la mano hacia la nietecita enfermiza que está acunando, y la asfixia. Animada en su misión por lo que toma como consentimiento de un santo, la vieja provoca la muerte de otras inocentes que quiere sustraer a su destino. Las autoridades comienzan a sospechar y los guardias se acercan a casa de Chadula que huye y logra ponerse a salvo. Las peripecias de la dramática fuga por los parajes salvajes y pintorescos de la isla (la escena tiene lugar en Skíathos) llenan la segunda parte de la novela.
Con impresionante profundidad de análisis, retrata el ánimo de la protagonista, ora atormentada por las pesadillas y el remordimiento, ora presa, ante una .cuna, de su triste obsesión, hasta que llega la catástrofe. Descubierta ya, y próxima a ser detenida, la vieja se adentra por la exigua lengua de tierra que une la tierra firme con el retiro de un santo anacoreta, con idea de confesarle süs delitos. Pero la pleamar la sorprende y muere ahogada a medio camino — según dice el autor — entre la justicia divina y la humana. El argumento está tratado con gran fuerza y permite al autor dar la plena medida de sus dotes de narrador. Los estados de ánimo de la protagonista están analizados y tratados con alucinante evidencia. También a los personajes secundarios y comparsas ocasionales les anima el soplo creador. El sentido lírico del paisaje de Skíatos presta a la tragedia un marco de idilio. Un cálido espíritu de simpatía, brotado del alma profundamente cristiana del autor, envuelve de piedad humana no sólo a las víctimas inocentes, sino a la misma protagonista, de la cual se expresa y se hace comprensible la infelicidad, que, a través de la turbación y del extravío de su alma, la lleva a la culpa y a la expiación. La obra fue traducida al francés por Pierre Baudry (1908) y más tarde (París, 1934) por Octave Mérlier (en el volumen Skiatos ile grecque).
B. Lavagnini