La Industria, Claude-Henry de Rouvroy

[L’Industrie]. Obra eco­nómica y sociológica de Claude-Henry de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825) publicada en cuatro volúmenes en 1817- 1818, en colaboración con Agustín Thierry y Auguste Comte. Es muy notable en la obra del famoso utopista en cuanto, entre los pri­meros trabajos económicos y el Catecismo de los industriales (v.), testimonia un pen­samiento político de neto color socialista. Ya es significativo, el subtítulo del libro: «Discusiones políticas, morales y filosóficas en interés de todos los hombres que se dedican a trabajos útiles e independientes»; según una afirmación predilecta del autor, después de tantas luchas políticas, una sola verdad debe ser seguida por todos, la de que la sociedad está organizada y regida por el que trabaja o, mejor dicho, produce. La colectividad recibe de cada cual la ayuda más conveniente a su espíritu y a sus posi­bilidades; por esto, en vez de hablar de igualdad política (lo cual a menudo es un absurdo, puesto que la economía no ha sido igualmente admitida sino por los extremistas de la Revolución), es menester hablar de igualdad industrial. De esta manera es dado a todos el poder luchar útilmente para mos­trar sus aptitudes en la organización de un trabajo en todo y por todo provechoso.

Saint-Simon, después del estudio de los fenómenos económicos propiamente dichos, pasa a considerar la vida política de su tiempo; la industria lo ha organizado todo para el bienestar de la sociedad, y por esto se presenta como una fuerza de la época moderna. Con todo, en el mundo del trabajo productivo se ha manifestado abiertamente la separación hostil que ya se notaba en el antiguo régimen entre los opresores y los oprimidos, las clases ricas y las clases po­bres y, en general, entre los gobiernos y los pueblos. La industria y el comercio tenían un ritmo propio de trabajo y de producción, regido por severas leyes y estudiado por medio de los auténticos fenómenos sociales; en cambio, fatalmente, aun después de las conquistas de la época moderna, se ha visto pronto un estado de cosas harto contradictorio; el de un trabajo organizado para producir y al mismo tiempo para dominar. Es típico el caso de la alta finanza y de la especulación bancaria; éstas parecen ya estar alejadas de las necesidades de la producción basada en el trabajo, y por esto muestran un violento contraste con los principios políticos de una renovación social. En un tiem­po había oprimidos y opresores con el nom­bre de Francos y de Galos, y después de pueblo y de feudatarios; ahora tenemos los trabajadores que son explotados y los orga­nizadores de la banca, que no trabajan.

Se trata de «trabajadores» y de «propietarios» (en el sentido más lato, de la propiedad territorial y la industrial y bancaria). Es, por lo tanto, necesario mejorar las condiciones de la clase que no vive sino de sus brazos: para este fin es inútil recurrir a la abolición de la propiedad privada, como ha sido proclamada por algunos teorizadores; pero será indispensable remediar las necesidades in­mediatas del pueblo trabajador dándole tra­bajo y ayudándolo económicamente con la realización de grandes obras públicas. Si los grandes propietarios oponen a las preten­siones, no siempre injustificadas, de los trabajadores un vivo sentido de solidaridad, bien pronto podrán contribuir a un nuevo orden social. Estas ideas, expresadas con mucha vivacidad por el autor, suscitaron preocupaciones de orden político y moral entre los que habían financiado la publica­ción del primer volumen de La Industria, y pronto declararon públicamente que se ha­llaban muy alejados de los programas de Saint-Simon y que lo habían ayudado en su empresa editorial sólo por piadosa condes­cendencia para con un hombre de estudio.

C. Cordié