La Ilustre Italia, Salvador Betti

[L’illustre Italia]. «Diálogos» de Salvador Betti (1792-1882), publicados en Roma en dos volúmenes en 1841-1843, y con adiciones en 1854. En siete partes (titulados diálogos por cuanto la na­rración está totalmente constituida por con­versaciones entre varios personajes) el «pro­fesor y secretario perpetuo de la insigne y pontificia academia romana de San Lucas» redacta un elogio de la civilización italiana desde los filósofos de la Magna Grecia hasta su época; con una actitud que es plena re­valorización de la cultura y de la tradición clásica, pero sin excluir en cada sector del saber la aportación de contribuciones dig­nas del genio de la «patria». El vínculo en­tre las distintas partes está inicialmente constituido por las conversaciones entre el autor y un pintor, Guillermo, que ha de decorar las cuatro paredes de un salón seño­rial con pinturas alusivas a las glorias ita­lianas; y para ello muestra los diseños de sus obras.

En el primer diálogo se comien­za a hablar de «todos los que, tanto en la antigua como en la nueva Italia, florecieron en las ciencias, en las artes y en las letras», y se exalta la civilización itálica, que vive en una tradición propia, sufre del contagio de modas forasteras que perjudican su na­tural desenvolvimiento; son después evoca­dos los pensadores de todos los campos, des­de la economía a la política, interviene su amigo el escritor, Fernando, y el discurso alude entonces a poetas y escritores, enco­miando a cuantos aportaron a la tradición obras sinceras y duraderas, desde los anti­guos a Foscolo, y algunos contemporáneos que no olvidan las lecciones de los clásicos (diálogo II). Se habla luego de los grandes caudillos; Napoleón es considerado como hijo de Italia igual que Julio César y Mar­co Antonio, mientras son execrados los ca­pitanes aventureros de la triste época me­dieval, vanamente elogiada por algunos his­toriadores.

Estos olvidan la gloria antigua y exaltan repúblicas llenas de facciones, y desidia, y de una ignorancia «que llegó al punto de humillarse ante las necedades pe­tulantes de los árabes» (diálogo III). Al día siguiente los interlocutores se vuelven a encontrar y hacen una amplia reseña de las glorias italianas en la poesía y en la lite­ratura, aunque con ciertas atenuaciones y reservas para escritores como Algarotti, Betinelli y Cesarotti, porque no respetaron la tradición patria e importaron pensamientos o formas extranjeras (diálogo IV). Como en las discusiones interviene también Al­berto, un escritor que admira especialmente a los modernos, se habla con fervor de va­rios autores recientes como el gran novelis­ta Manzoni y Foscolo, varias veces recor­dado por ellos como ensalzador de los «se­pulcros» y estudioso de Montecuccoli (diá­logo V). Al día siguiente, en casa de Betti, se reúnen nuevamente los amigos y discu­ten con animosidad sobre varias cuestiones del momento, en particular acerca de los románticos que en vano intentan sobreponer su gusto a la tradición clásica, congénita en Italia y su civilización. Toda la tradición poética es aquí exaltada por su continuidad desde los seguidores del «stil nuovo» a Leo­pardi, y Shakespeare es considerado como bárbaro según una célebre frase (diálogo VI).

En el último diálogo, en nombre de la belleza natural y de la armonía, se habla de las artes, desde la escultura a la pintura, la arquitectura y la música, incluyendo a Canova, Bellini, Rossini, y lanzando rayos contra el misticismo alemán, que ha entur­biado la concepción del arte, y elogiando el Arco de la paz de Cagnola en oposición con la Catedral de Milán (diálogo VII). Esta obra, que de propósito, para no mezclar lo divino con lo humano ni sobrepasar los límites de una historia terrena no quiere tratar de santos ni de papas italianos, da pretexto para una recapitulación tendencio­samente retórica y académica de las glo­rias patrias en sus diversas formas entre­mezclada de discusiones. Esta Ilustre Italia que se enlaza en cierto modo con el Platón en Italia (v.) de Cuoco (autor varias veces citado entre las glorias patrias), tiene valor histórico por sus tendencias políticas e ideo­lógicas en torno a un ideal de civilización «nacional»; también por esto, como inmedia­to preanuncio de una tendencia que pronto se manifestará plenamente en la Primacía moral y civil de los italianos (v,) de Gioberti, tiene su importancia en el cuadro de la cultura contemporánea y, por algunas páginas «elocuentes y sinceras, se distingue de la literatura corriente de los «elogios» y de los «discursos académicos».

C. Cordié