[Instauratio magna]. Obra concebida por Francisco Bacon (Francis Bacon, 1561-1626), según un plan general de reforma de la ciencia, pero que sólo parcialmente fue llevada a cabo: la primera parte está constituida por la Dignidad y progreso de las ciencias (v.); la segunda, por el Novum Organum (v.); de la tercera parte no quedan más que algunos materiales sobre filosofía natural que fueron publicados póstumamente con el título de Selva de las selvas (v.).
Bacon parte de un estado de insatisfacción por las condiciones generales de las ciencias y del saber de su tiempo, y en el Proemio de la Instauratio encuentra que el edificio de la razón humana es como una mole magnífica «sine fundamento», y que ha llegado la hora de proceder a una nueva fundamentación general de las ciencias y de las artes. Los hombres han creado obras infecundas, de las que vanamente se glorian, obras que gustan al vulgo, pero que no por esto son más seguras. Además, en la extensión de sus conocimientos, los hombres no han seguido un método preciso, que los guiara a través de la enorme acumulación de los hechos. La búsqueda de un método es el fin principal de la obra. Ésta había sido concebida en seis partes: en la primera, dedicada a la clasificación de las ciencias, debía hacerse una reseña del estado actual de la investigación científica, a fin de indicar sus lagunas y, eventualmente, rellenarlas; en la segunda, había que proporcionar el nuevo órgano o instrumento, es decir, tratar del nuevo método que tenía que poner a los hombres en condiciones de alcanzar el fin de la ciencia, que es para Bacon la interpretación de la naturaleza, explicando sus fenómenos. En la tercera, como historia natural, había que reunir los materiales de observación a los que más tarde se aplicaría el método para la constitución de la ciencia; en la cuarta, se procedería a la investigación de las leyes generales, mediante la acción del intelecto en su doble empleo inductivo y deductivo, por el que se eleva desde lo particular a lo general para pasar luego de lo general a nuevas aplicaciones en lo particular. En la quinta parte, se tenía que dar una anticipación de las verdades o descubrimientos efectuados siguiendo el método común, para llegar, en la sexta, a la constitución de la ciencia definitiva, la filosofía segunda (así llamada para distinguirla de la filosofía primera, la que contiene las verdades comunes a todas las ciencias), o ciencia activa, en cuanto ciencia que nos permitiría actuar sobre la naturaleza, pero cuya constitución no es obra ni de un hombre, ni de un día.
La importancia de la empresa de Bacon en esta obra está en haberse hecho intérprete de la exigencia, propia del Renacimiento, de que el hombre recobrara el dominio de la tierra, campo de su acción, encontrando nuevos procedimientos para sus nuevos fines. No se trataba tan sólo de substituir el ideal de la ciencia contemplativa por una ciencia práctica, sino de aplicar la fuerza de la razón al dominio de las fuerzas de la naturaleza, por lo que llegará a decir que a la naturaleza sólo se le puede mandar obedeciéndola. Este recurso a la razón hace que Bacon pueda elevarse hasta el concepto de una ciencia que no hay que confundir con la instrumentalidad de la técnica, contrariamente a lo que podría hacer creer la consideración de los fines asignados al saber. En el concepto de la Instauratio magna, el autor llega a ser el heraldo, más que el fundador, de dicha ciencia, o, mejor dicho, de la ciencia que llamamos moderna.
E. Codignola