Comedia en tres jornadas de Lope de Vega Carpió (1562- 1635). Tiene un argumento que recuerda, en parte, el de un tremendo romance español.
En un reino irlandés, la infanta Dionisia se .enamora locamente del conde Enrique, que la adora, concertando con él unas bodas .secretas para la noche del día mismo en que se declaran su mutua pasión. El duque Octavio, que ha escuchado la conversación de los enamorados escondido en el bosque, a donde fueron todos de caza con el rey, padre de la infanta, intriga para que aquél prenda al conde Enrique aquella misma noche, impidiéndole, así, acudir a la cita con su apasionada amante. En lugar del conde Enrique, acude, embozado, el duque Octavio, y goza de la infanta hasta que la proximidad del alba le obliga a abandonarla : al descender por la escala que le dio acceso al aposento real, los criados de Enrique — que tenían orden de esperarle, pues ignoraban que había sido preso por el rey — le creen su señor y quieren ayudarle; pero el duque les maltrata y pone en fuga. Poco más tarde, Octavio escribe una carta al rey rogándole que ponga ya en libertad a Enrique, ya que su consejo de tenerle en prisión se debía a quererle librar de una amenaza de muerte que unos extranjeros habían lanzado sobre él. El rey libera al conde, sin comprender nada de lo que ha ocurrido, y para desagraviarle de su prisión y compensar su obediencia y lealtad, le concede dignidades cortesanas. Poco después llega la infanta, que creyendo ha pasado con él la noche alude a sus bodas con el conde, y como éste lo niega ella se cree agraviada y se enoja.
El conde, comprendiendo que otro le ha suplantado, huye de la corte rumbo a España. El duque Octavio le ha precedido pretextando, al huir a sus vecinos estados, que en ellos tiene que componer disensiones de sus súbditos. Con todo lo cual queda la infanta burlada y entristecida, aunque convencida de que ha sido el conde Enrique su seductor, por más que lo niegue, incomprensiblemente, ahora. Pasan seis años y vuelve el conde a la corte, casado con una princesa española, hija del conde de Barcelona, y con quien ‘tiene tres hermosos hijos. El rey les recibe cordialmente; pero la infanta, amargada y ofendida, no. Como su violenta actitud extraña al rey su padre, éste le pide explicaciones y ella se las da con amplitud. Entonces el rey llama al conde y le propone un problema de honor, cuya solución honrada e ingenuamente el conde ofrece sin saber que va a ser su perdición: por ella se ve obligado a dar muerte con su propia mano a su esposa, a fin de casarse con la infanta, que sostiene que él fue su seductor aunque aquella noche el conde estuvo toda ella preso por orden del rey en su propio palacio… Isabel, la esposa de Enrique, dulce y buena esposa, comprende el drama de su esposo y se aviene a la muerte; pero Enrique no puede dársela, tanto la ama y tan desgraciado se siente, y encomienda a unos servidores suyos que sean ellos los matadores y los que lleven a sus hijos a España para entregárselos a su suegro, el conde de Barcelona.
Todo parece que ha ocurrido según orden del rey, pero la verdad es que Isabel se salva del mar, a donde la arrojaron, gracias a la intervención del duque Octavio, que estaba pescando tranquilamente con sus servidores. Enamorado de ella, escucha de sus labios la verdad de su tragedia y siente el remordimiento de ser el causante de tanto embrollo. Mientras, en la corte de Irlanda, Enrique, enloquecido, se niega a casarse con Dionisia y habla, a voces, de su inocencia en cuanto a la seducción amorosa de aquélla. Deciden matarlo, padre e hija, para que, no les avergüence con sus gritos. En aquel momento, una armada catalana, la del suegro de Enrique, sitia el reino; el conde de Barcelona viene a reclamar al asesino de su hija. Mas como entre tanto el duque Octavio, llamado por el rey en su defensa, se ha presentado en la corte, llega el momento del esclarecimiento de tantos líos: Dionisia accede a casarse con su verdadero seductor, Isabel se reúne con su esposo, y todos contentos y felices dan remate a lo que pudo ser tragedia, como en el romance, y se quedó en comedia de enredos.
C. Conde