[La familia deis Garrigas]. Novela del escritor catalán Josep Pin i Soler (1842-1927), publicada en 1887. En el «Mas del Molí Vell», cerca de Tarragona, vive Ramón Garriga con su hermana, su ahijado Narcís y sus hijos Ramón, futuro heredero (Vhereuet), Jaume y Mercé. Su linaje se remonta al reinado de Felipe IV y las sucesivas generaciones han participado en todas las guerras y guerrillas. Según costumbre, Jaume, el segundón, es destinado al sacerdocio, lo mismo que Narcís. L’hereuet disputa frecuentemente con su padre, que se opone a los amores furtivos del muchacho con la Túies, antigua criada de la casa, y a sus relaciones con los que, en el cercano pueblo de La Secuita, conspiran a favor de los liberales. El amigo íntimo de Vhereuet es Antón Cirera, secretario del pueblo. El viejo Garriga le soborna para que aparte a su hijo de la Túies. Al enterarse aquél, hiere de una cuchillada al secretario y es encarcelado. Simultáneamente Jaume huye a Marsella en busca de fortuna. El viejo Garriga sufre un ataque de apoplejía y el anuncio del naciente idilio entre Narcís y Mercé acaba por matarle.
L’hereuet es libertado gracias al nuevo soborno de Cirera para que no declarara la verdad; riñe con la familia y se queda en el Mas sólo con la Túies, pero ésta le deja para marcharse a Barcelona con Cirera; allí mueren los tres en una sangrienta revolución callejera. Narcís, que aún ama a Mercé, no quiere volver al seminario y después de una violenta discusión, desesperado, se tira por la ventana. Pin i Soler no necesita improvisar porque saca sus elementos de una realidad que ha conocido bien y quizá ha protagonizado. La descripción de las situaciones es muy viva y detallista, pero nunca prolija. Su estilo, brioso y lleno de colorido, hace olvidar las imperfecciones de un idioma en formación. Aunque su obra puede situarse dentro de la línea de la novela ciudadana y burguesa de Narcís Oller, por lo que un crítico le califica de brillante segundo de aquél, enlaza,, sin embargo, con el ruralismo de algunos contemporáneos por la brutalidad de varias escenas y el fatalismo que se cierne sobre los personajes y que el viejo Garriga ya presiente cuando, hablando de sus hijos, dice: «Tots faran cap al pal!»
A. Manent