[La columna de foc]. En este volumen, publicado en 1912, se incluyen todas las poesías del político y profesor mallorquín Gabriel Alomar (1873- 1941). Se reúnen en él poemas de tema muy diverso, en los que el poeta canta con preferencia el mundo externo y opulento más que su experiencia íntima. Son cuadros objetivos de la historia o de la naturaleza. Pero, en general, tienen escaso valor lírico, aunque poemas como «La quadriga» o «Idilli etern» son una bella y acabada estampa clásica, digna del mejor Carducci, y con un fuerte recuerdo del romanticismo llameante de fin de siglo. Sus modelos son los autores griegos y latinos, especialmente Horacio, del que fue excelente traductor. Alomar aspira a conseguir las líneas rotundas y severas de aquéllos y así sus versos son marmóreos e impecables, dentro de lo que permitía el estado del catalán en su época. Canta al cisne como exponente perfecto y cincelado de lo que él llama «mare Bel lesa». Pero su ideología pagana y falsamente espiritualista traiciona a su propia poesía e impide, a menudo, que ésta alcance un auténtico vuelo lírico. Habla del bosque «religiós, immens», de «la gran consagració de la natura», de la «victoria del sol». Sus sinfonías poéticas, bastante retóricas, tienen la opulencia de la antigua poesía pagana. Sólo en algunos poemas de esta tendencia, como «La doma deis déus», consigue comunicarnos «la belleza bárbara». Ecos de Víctor Hugo y de la escuela parnasiana francesa se funden en la poesía de este gran idealista, de quien dijo Santiago Rusiñol, en el prólogo de La columna de foc, que se había aprendido la Mitología lo mismo que un cristiano se aprende el Catecismo.
A. Manent