La Bella Elena, Henri de Meilhac y Ludovic Halévy

[La belle Héléne]. ópera bufa en tres actos de Henri de Meilhac y Ludovic Halévy, música del compo­sitor alemán Jacques Offenbach (1819-1880), representada en 1864. Después del éxito y el «escándalo» de Orfeo en los infiernos (v.) que había mostrado los dioses del Olimpo «en goguette», llegó La bella Ele­na con sus héroes homéricos limitados a la «verve» de los salones parisienses del Segundo Imperio, y en breve tiempo, al­canzó en París, las setecientas representa­ciones. La acción se desarrolla en Esparta (los dos primeros actos) y en Nauplia du­rante la estación de los baños (tercer acto). Mientras se celebran las fiestas de Adonis, presididas por Elena, Paris llega a Esparta vestido de pastor y turba a la reina con su belleza. Pero permanece desconocido para to­dos, excepto para Calcas. Después de triun­far en el concurso convocado por Agame­nón y «consagrado a los asuntos del inge­nio», Paris se da a conocer. Gran emoción de Elena, que está enterada del premio prometido por Venus a Paris; y partida de Menelao, por intervención del complaciente Calcas.

En el segundo acto, Elena, vestida con severa modestia, recibe a Paris, pero le declara que nunca le amará. Llegan lue­go Agamenón, Aquiles, los dos Ayax, Cal­cas y otros héroes quienes, en unión de la reina se dedican al juego de la oca. Calcas hace trampas, le descubren y sale persegui­do por los demás, mientras Elena se queda sola dormitando. Vuelve entonces Paris ves­tido de esclavo. La reina se deja abrazar por él creyéndolo un sueño. En este mo­mento irrumpe en escena Menelao que apo­yado por los demás reyes, que llegan al oír los gritos del infeliz marido, amenaza a Paris. En el tercer acto, en Nauplia, Ele­na trata de olvidar, pero Agamenón y Cal­cas impulsan a Menelao a ceder a la volun­tad de Venus que, ofendida, ha desencade­nado una epidemia de adulterios. Todos los maridos abandonan a sus mujeres, y las mujeres engañan a sus maridos. Menelao ha escrito entre tanto a Citerea para . que envíe al gran augur de Venus para calmar a la diosa. Éste llega. Es Paris, disfrazado, quien persuade a Menelao para que deje marchar a la bella Elena hacia Citerea, al objeto de celebrar un gran sacrificio en la isla sagrada. Y así bajo las miradas de todos, rapta a la reina, dándose a conocer en el último instante entre la ira y las amenazas de los reyes argivos. La bella Elena es una parodia del mundo homérico y más aún del «clasicismo» amanerado que, acorralado por el primer Romanticismo (v.), renacía entonces con el Parnasianismo (v.). Las graciosas e irreverentes canciones, la música de temas vivos y ritmos inquietos, determinaron el éxito de la opereta, recor­dada como una de las expresiones más tí­picas del Segundo Imperio, placentero y despreocupado.

L. Rognoni