Josephine, Hermann Bahr

Comedia de Hermann Bahr (1863-1934), representada por primera vez en Berlín en 1898. Primero fracasó y fue necesario el conocimiento del teatro de Shaw para que el público la comprendiese. No sería extraño, en efecto, que Bahr hubiese tomado como punto de partida las obras del humorista irlandés (v. El hombre del Destino) al interesarse por el tema, a con­secuencia de la publicación de las cartas de Napoleón a Josefina. Es típico de esta comedia el impresionismo escénico; la ac­ción, partiendo de propósitos irónicos, se desarrolla en una sucesión de momentos particulares completos y cerrados por sí mismos. En un breve prefacio, Bahr se defiende de la acusación de haber querido burlarse de Bonaparte; afirma, por el con­trario, haber intentado únicamente mos­trar lo que es la vida sirviéndose del ejem­plo de un hombre indudablemente grande. Josephine había de ser la primera parte de una trilogía que representase cómo la vida del hombre se divide en tres períodos: un primer período, juvenil, en el cual el hombre intenta afirmarse individualmente, abriéndose camino; un segundo período, el de la madurez, en que el hombre se rinde en su desigual lucha con el destino, se so­mete a él y cumple obediente su oficio pro­pio; un tercer período, el de la vejez, en que el hombre ya está libre del destino mismo, y puede vivir su propia vida, pero ya fuera de la corriente vital, sin poder aprovecharse de la independencia que ha conquistado.

En la figura de Napoleón, Bahr se propone señalar un alto ejemplo de este juego casi siempre trágico. En Josephine, que representa el primer momento, vemos cómo aquella potencia desconocida se apo­dera de él, arrastra al soñador a la batalla y hace del poeta un héroe, por mucho que él se defienda y no quiera saber nada de su propio heroísmo. Es la época del amor impetuoso de Napoleón por Josefina, antes, durante e inmediatamente después, de la campaña de Italia en 1796; la época de su­frimiento de Napoleón por la frialdad, la infidelidad y la coquetería de Josefina, que se transforman en tiernísimo amor para el esposo después de las victorias y las con­quistas del héroe. Guerra, nación, batallas, pueblos, conquistas, todo pasa en este mo­mento a segundo término ante la mujer que representa la vida, la alegría y la be­lleza. Pero he aquí que las posiciones se invierten: Napoleón Primer Cónsul siente pesar sobre sí la responsabilidad de la carga que ha adquirido, y es transformado por la excepcional situación a que le han condu­cido sus propias acciones, y Josefina ya no es más que una circunstancia en su vida de primer ciudadano. Tampoco falta en esta comedia aquel poco de «corazón vienés» que es una de las más señaladas características de Bahr: su protagonista es la mujer mo­derna, vanidosa, frívola, sensual; y Bahr fue quizás el primero en llevarla a la escena alemana; pero en la representación de ella hay también, infuso siempre, un «algo con­movedor», que suaviza su aroma.

E. Beck