Iris, Pietro Mascagni

Ópera en tres actos, de Pietro Mascagni (1863-1945), sobre libreto de Luigi Illica, estrenada en el teatro Constanzi de Roma, en 1898. Osaka, rico y epicúreo japonés, se encapricha por la bella Iris, la hija de un ciego, y decide hacerla suya; con ayuda de Kyoto, un medianero, se dis­fraza de histrión ambulante y planta un teatrito de fantoches frente a la casa de Iris; y cuando la joven, ingenuamente atraída por aquel acontecimiento, se aproxima a la muchedumbre que escucha, él la rapta furtivamente. En la lujosa casa de Osaka, Iris no se conmueve por sus riquezas, ni siquiera por el beso de Osaka, quien, ven­cido al fin por el candor de la joven, la cede a Kyoto. Éste, más astuto, la conquista con regalos sencillos y comercia con su in­genuidad y su belleza. Entre la muchedum­bre de admiradores de Iris se hallan también Osaka, que advierte demasiado tarde la gentileza de la joven, y el padre de ella, que arroja fango y maldiciones sobre su hija desnaturalizada; entonces Iris, deses­perada, se arroja a un precipicio, donde su agonía es besada por el rayo del sol naciente. Tampoco Iris, cuando se estrenó, satisfizo a aquel público que esperaba la obra maestra definitiva después de Cavallería Rusticana (v.). Esta obra surgió del mismo interés por un Oriente convencional que indujo a Puccini a escribir Madama Butterfly (v.) y Turandot (v.). Aunque Iris revela una fan­tasía desenvuelta y una preocupación de efectos técnicos considerables, le perjudica cierto simbolismo sin más finalidad que el serlo. Los trozos mejores son por otra parte los más célebres; la serenata «apri la tua finestra» que recuerda a la otra, todavía más famosa «O Lola ch’hai di latti la ca­misa», de Cavallería Rusticana, el «Aria del pulpo» algo cargada de sensualidad y, sobre todo, el elocuente «Himno al Sol» que abre y cierra la obra, y es una de las más céle­bres páginas de su autor.

F. A. Mella