[Introduzione alio studio della filosofía]. Obra de Vincenzo Gioberti (1801- 1852), publicada por primera vez en Bruselas, en 1840. La filosofía de Gioberti está aquí planteada en sus líneas fundamentales y caracterizada como «ontologismo», en enérgica contraposición al «psicologismo», que a Gioberti le parece el vicio profundo de todo el pensamiento moderno, desde Descartes a Hegel y Rosmini.
Descartes, al querer fundar la filosofía únicamente en la conciencia subjetiva, que para Gioberti es mera «sensibilidad interna» y como tal siempre limitada y contingente, separó lo ideal, el pensamiento humano, concebido como mero «hecho» de la conciencia individual, y, por lo tanto, privado de valor objetivo, de lo «real», de lo absoluto; lo cual condujo al empirismo, el sensismo, al criticismo kantiano, los cuales deben negar todo carácter absoluto del conocimiento, y finalmente al panteísmo de los idealistas alemanes en que la síntesis entre objetividad absoluta y pensamiento humano es arbitrariamente afirmada mediante la resolución de la primera en el segundo, deificando a la criatura. El mismo error ofrece la filosofía rosminiana, que halla la categoría fundamental del conocer en la idea del ser, no en el propio ser real, y por lo tanto también en un hecho psicológico. El ontologismo de Gioberti parte, en cambio, de Dios, ser real y concreto, que trasciende al pensamiento humano, en cuanto Dios es su creador, pero está inmediatamente presente en él: Ser e Idea a un tiempo. El conocimiento se actúa por medio de la «intuición» («intuito»), aprehensión originaria, y directa de la Idea, vaga e indeterminada por causa de nuestro carácter finito como seres creados, pero que encierrra en sí toda la humana enciclopedia, y la «reflexión» que determina y aclara en una sucesión temporal el contenido inmediato de la intuición.
Instrumento y ocasión de pensamiento reflexivo es la palabra «que el hombre no puede haber hallado por sí mismo y que fue otorgada por la primitiva revelación divina, la «Idea parlante», que comunicó al género humano ya las primeras verdades racionales, ya, en forma analógica, los sobre- inteligibles (misterios). Contenido de la intuición son un juicio y un hecho divino: «por el primero el Ser dice: «yo soy». Por el segundo, afirma: «yo creo; puesto que el pensar las cosas como reales es, efectivamente, para Dios un crearlas». El primero procede del Ser «en cuanto se entiende libremente a sí mismo»; el segundo «en cuanto entiende y quiere libremente un hecho exterior». «El juicio divino es la base de la ciencia, y el hecho divino es la base de la naturaleza». La intuición, pues, abraza toda la realidad puesto que el Ser entendido como causa creadora nos da lo sensible, o sea, lo existente; de aquí la primera parte de la fórmula giobertiana; «El Ente crea lo existente». De ella brota después la segunda parte: «Lo existente vuelve al Ente»; porque el acto creador divino, aprehendido por la intuición con absoluta certidumbre, aunque siga siendo para nosotros un misterio, constituye al hombre como «fuerza creadora» y se prolonga en el acto «concreativo» aunque sin identificarse con él en cuanto la criatura está dotada de libre voluntad o «albedrío». Por esto precisamente el hombre es colaborador de Dios, un «Dios incoado», esto es, un ser llamado a realizar lo divino en la sucesión del tiempo, perfeccionándose infinitamente: su obra es la civilización constituida por los progresos de la cultura y de la moralidad en la vida social gracias a la cual se va reconstituyendo la unidad moral del género humano quebrantada por el pecado original.
Esta concepción permite a Gioberti plantear también los puntos capitales de su propia doctrina política, en la que, con ardiente fe en el poder del pensamiento como fuente viva de la acción, afirma vigorosamente la necesidad de «retroceder a los principios», o sea a los valores del espíritu, compendiados en la Idea, tanto contra el demagogismo, que responde en política al individualismo y sensismo filosóficos, como contra el despotismo, también subjetivo y arbitrario «aunque la licencia y la tiranía, la anarquía y el gobierno despótico son caras del mismo monstruo». La soberanía está en la Idea, y es expresada por aquellos que representan a ésta, es decir, por el «ingenio», en el cual aparece viva la síntesis entre la enseñanza de la divina revelación que corresponde a la interioridad de la «intuición» y la operatividad humana, y que es por ello civil y religiosa a un tiempo. La idea debe descender hasta las clases inferiores, para elevar a «los humildes a su propia altura» mediante la educación, la cual de una plebe hace un pueblo libre y civil. Esta Introducción es expresión característica de la exigencia que anima la restauración filosófico religiosa de principios del siglo XIX en Italia, que mira a una concepción que concilia catolicismo y pensamiento moderno, y constituye el fundamento filosófico del cual brotará el neogüelfismo del Primado (v.).
E. Codignola