El musicólogo alejandrino Alipio (siglo IV d. de C.) compuso este tratado, que contiene 52 escalas de transposición de los griegos, con la notación diatónica, cromática e inarmónica. La importancia del tratado no se descubrió hasta el siglo XVII, cuando Meursius, Kircher y Meibom, a pocos años de distancia, publicaron la obra e iniciaron el estudio de la antigua notación musical griega. A Alipio debemos todas nuestras nociones relativas a la escritura musical griega, la cual consistía en una indicación por medio del alfabeto, cada una de cuyas letras correspondía a una nota. La notación para el canto es distinta de la instrumental; pero una y otra se escribían encima del texto poético, en forma de letras mayúsculas. Claro es que estas letras no podían indicar más que la altura del sonido y no su duración; a ello suplía el texto poético, que, fundado en el principio de la cantidad, determinaba la duración del sonido: simple si la sílaba era breve, doble si era larga. Sólo para las pausas no podía tener valor la indicación cuantitativa; para ello se recurría a un nuevo signo, la lambda, que valía una pausa sencilla o breve; cuando la pausa tenía que ser doble, triple, cuádruple, se añadían a la lambda acentos especiales, que doblaban, triplicaban o cuadruplicaban su valor. El uso de esta notación siguió en vigor hasta el siglo X d. de C. El tratado de Alipio fue conocido por griegos y latinos, y Casiodoro, en sus Instituciones (v.), lo cita como texto fundamental.
F. Della Corte