Ópera en tres actos de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), libreto de Giambattista Varesco. Primera representación en Munich, el 29 de enero de 1781. Pese a ser la decimocuarta ópera de Mozart, Idomeneo es acaso la primera digna de ser citada, por su importancia, por su invención musical y por su estilo, que anuncia ya El rapto del serrallo (v.) y las Nozze di Figaro (v. Bodas de Fígaro), que compuso más tarde.
Con todo, Idomeneo sigue todavía las reglas de la «ópera seria» italiana; la música apenas contribuye a subrayar el carácter dramático o lírico del libreto; puro divertimiento, no participa de la acción sino en contadas ocasiones, sobre todo en el «quatuor» del segundo acto, en el que se adivinan las reformas que Mozart introdujo posteriormente en el teatro cantado. Y es así como ciertos personajes descubren su carácter, sus emociones y sus sueños a través de las canciones que les son confiadas. La tentativa es sin duda discreta, pero conviene no engañarse; en verdad se trata no de una innovación, sino de una revolución auténtica. El telón se alza en el primer acto en el palacio real de Creta, donde Idamanto reina en ausencia de su padre, Idomeneo; se cree que los vientos debieron dispersar la flota del rey a la mañana siguiente de la conquista de Troya. Idamanto declara su amor a Ilia, hija de Príamo. Electra, digna heredera de los Atridas, quiere vengarse del desdén del joven príncipe. Pero he aquí que en el horizonte aparece la flota de Idomeneo. Éste ha sabido apaciguar las iras de Neptuno prometiéndole sacrificarle la primera persona que encuentre en él instante del desembarco, y es precisamente Idamanto quien primero aparece ante sus ojos.
En el segundo acto, Idomeneo, que ha fingido no reconocer a su hijo, queriendo escapar a su promesa, pretende alejarle de Creta ordenándole conducir a Electra a Grecia. Pero Neptuno reclama su víctima y envía un monstruo que no permite la partida de la nave del príncipe. La despedida de Idamanto y la intervención del coro expresando el terror del pueblo cretense anuncian ya el tono tierno y desgarrador del tercer acto, que se inicia con un dulce diálogo entre Ilia y su amante. El pueblo exige de Idomeneo que cumpla su voto: el destino había señalado a Ida- manto; el joven héroe logra con sus solas fuerzas matar al monstruo, y Neptuno, conmovido por su valentía y su amor a Ilia, concede el perdón con la condición de que Idomeneo renuncie a su trono en beneficio de su hijo. Electra, viendo esfumarse su última esperanza, estalla de ira, mientras Idomeneo abdica serena y dignamente. En 1930, Richard Strauss (1864-1949), volviendo sobre el texto de Mozart para avanzar más todavía tras las huellas de la «ópera seria», orquestó a su modo los recitales, cambió el orden de algunas escenas, transformó el personaje de Electra en el más dulce de Ismenea y, después de añadir al texto algún interludio descriptivo, dio forma a la obra que en esta nueva versión fue representada por vez primera en Viena el 16 de abril de 1931.