Iciarquía, León Battista Alberti

[Iciarchia]. Es con el Teogenio (v.) y el Momus, una de las obras en las cuales León Battista Alberti (1404-1472) expone sus ideas políticas y sociales que Cristoforo Landino menciona en las Disputaciones camaldulenses (v.).

La obra, que lleva el título del tema fundamental que es el oficio del «Iciarca», como helénicamente Alberti nombra al príncipe legítimo, fue compuesta en Florencia en forma de diá­logo, en lengua vulgar, en 1470. Se posee una redacción en el Códice Mediceo Pala­tino 112 de la Biblioteca Laurenziana de Florencia, versión que quedó inédita hasta el 1845, año en que fue publicada por Anicio Bonucci con el título De Iciarquía. En el diálogo discuten Niccoló Cerretani, Paolo Niccolini con sus dos sobrinos, y Battista Alberti con un hijo suyo. La materia está repartida en tres libros: el primero con­cierne a lo que Alberti llama operaciones privadas y que, por lo tanto, reflejan la mo­ral del hombre como individuo; el segundo trata aún de las operaciones privadas, pero de una manera especial en sus reflejos so­ciales, llegando incluso a dar consejos sobre el buen comportamiento en la mesa, en la conversación, etc., por último, el tercer li­bro está dedicado a temas preferentemente políticos, y es el que con más rigor respon­de al título de la obra.

Alberti habla en él de los males del Estado y de la manera de remediarlos, de las leyes, del arte de gober­nar, de la conveniencia de refrenar los vi­cios de los ciudadanos, de los deberes y pre­rrogativas de los ancianos, de la naturaleza de la comunidad social dentro del Estado, del buen príncipe y sus relaciones con los súbditos, de la dignidad y libertad del ciu­dadano «justo». En este diálogo, Alberti llega al punto más alto de sus experiencias y reitera con moderada serenidad, ignorada en sus obras de juventud, sus principios de moral social y política. Para Alberti, el Es­tado, nacido de la conveniencia y necesidad de unión entre los ciudadanos que se ven obligados a ayudarse mutuamente, no se funda en la fuerza y ni siquiera de manera estricta en el derecho, sino en la «amistad» de los ciudadanos en el amor, o sea en la ley, pero en cuanto esta ley está precisa­mente cimentada en la equidad y en el amor. El «Iciarca» no deberá dominar por la fuerza, sino hacerlo «por el amor» como padre de los ciudadanos. Las ideas de Alberti sobre los orígenes naturales del Esta­do parecen preceder las de los filósofos del siglo XVIII y del mismo Rousseau (v. Con­trato social).

Alberti indica la necesidad, en el Estado, de un orden intrínseco que surja de la disciplina de los ciudadanos, y se separa de los conceptos neoplatónicos de su tiempo, de los cuales también estaba empapado cuando, diversamente de Platón que lo asimila al cuerpo del hombre, iguala el Estado a la familia, llevando así su pensa­miento político al plano de toda su moral, que precisamente se inserta en la familia.

A. Pica