[Menschliches, Allzumenschliches, — Ein Buch für freie Geister]. Obra filosófica del pensador alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), comenzada durante el verano de 1876, terminada en 1878 y publicada en la primavera del mismo año. La primera edición del libro estaba dedicada a la memoria de Voltaire, de ‘cuya muerte se celebraba el centenario el 30 de mayo de 1878. Otras dos obras, Opiniones y sentencias misceláneas [Vermischte Meinungen und Sprüche, (1879)] y El caminante y su sombra (v.) (1880), fueron reunidas en 1886, en un segundo volumen.
La obra adopta la forma de una colección de 638 aforismos titulados según los diversos temas y ordenados en nueve partes que, originalmente, habían sido proyectadas como otras tantas Consideraciones intempestivas (v.) que debían publicarse como continuación de las cuatro ya aparecidas en 1873 y 1876. En la primera parte: «De las primeras y últimas cosas», Nietzsche observa que el mundo metafísico constituiría, por definición, el más indiferente de los conocimientos, más indiferente todavía de «lo que pueda ser para el piloto, en plena tempestad, el conocimiento del análisis químico del agua». Por ello opone a la metafísica una filosofía «histórica» propia, que trata de interpretar como sublimación de humildes elementos humanos todo lo que hasta entonces el pensamiento había considerado de origen trascendente. Esta nueva filosofía está destinada a celebrar su triunfo en una historia del nacimiento del pensamiento, que reconocerá en lo que el hombre llama «mundo» el conjunto de los errores y de las fantasías de la mente humana, transmitidos por herencia desde las más remotas generaciones. Primer origen de la idea metafísica es para él el lenguaje, que duplicando, por así decir, la realidad, coloca un nuevo mundo junto al mundo real: error benéfico que hizo evolucionar la razón humana y, en particular, la actividad lógica, con sus conceptos. No vacila en remontar el orden de la filogénesis, hasta llegar a una vida pre- humana, medio animal, y más lejos aún, hasta la vida vegetal, para trazar desde ella el origen de los conceptos, sin sospechar, la insuficiencia de su procedimiento en un campo en que sólo podría abrirse un camino al análisis transcendental.
Según Nietzsche, la idea de «igualdad» remonta a nuestra fase de existencia vegetal justificada por la perenne quietud en que viven las plantas. Más tarde, de esta ilusión de igualdad pudo surgir el concepto de número. Igualmente, el principio de «sustancia» nació del hecho de que los débiles ojos de los primeros organismos veían en todo la «misma cosa»; y la idea de libertad se llegó a formar con las demás. En otros aforismos establece el origen de la metafísica atribuyéndolo al «malentendido del sueño», por el que en épocas primitivas se creía vivir, durmiendo, en un segundo mundo fuera de la realidad. Nietzsche tiene, sin embargo, conciencia de todo lo que puede llegar a ser destruido por una filosofía liberada de la metafísica: ya que el mundo como error es para él «profundo, maravilloso», y la eliminación de la metafísica tiene el gran inconveniente de suprimir el impulso para obras grandes y duraderas. Atenuando, pues, el espíritu de negación, ve en su crítica un movimiento «retrógrado», el cual, una vez conocidas las razones psicológicas de las concepciones trascendentales, reconoce que el mayor progreso humano es debido a aquellos antiguos errores.
En la segunda parte, «Contribución a la Historia de los sentimientos morales», se aborda el problema ético. Para Nietzsche, con relación a la moral, es esencial la proposición de que nadie es responsable de sus actos, de modo que juzgar equivale a ser injusto. El hombre es un cúmulo constantemente mudable de- sentimientos. Los hombres crueles no son más que «vestigios» de una edad remota; la maldad es rara, o mejor, inexistente. Tampoco la mentira tiene un sentido moral: puesto que decir la verdad no tiene otra razón de preferencia que la comodidad, porque la mentira exige fantasía y memoria; pero si un niño crece en un ambiente familiar complicado, aprende naturalmente a mentir, con plena inocencia. Para explicar los llamados valores morales no es necesario un principio absoluto y trascendente: un ejército valeroso convence por la bondad de la causa que defiende. En general, la moral es una «auto descomposición»; no es posible ser altruista, pero si, por ejemplo,’ una madre se sacrifica por el hijo, ella «posee en sí» al hijo, y el bien de esa parte suya se sobrepone a las restantes.
La tercera parte, «La vida religiosa», contiene en germen los motivos (desarrollados más tarde en el Anticristo, v.) de la lucha de Nietzsche contra el Cristianismo, considerado como «una gran inmundicia» por su morboso culto del absurdo moral y lógico, por su «asiatismo», por el espíritu de desprecio de sí mismo; en cuanto a su origen, las religiones derivan por un lado de una mala interpretación de la naturaleza y, por otra, de la necesidad propia de toda moral ascética, de exaltar una parte de sí como un dios, con un correlativo rebajamiento y «diabolización» de la otra parte de sí.
La parte cuarta, «Del alma de los artistas y escritores», tiende ante todo a explicar la aporía esencial del arte, que en sus producciones debe presentarse con el carácter de actualidad y de revelación impuesta, mientras, en realidad, presupone una paciente y compleja elaboración lógica y crítica. En cuanto a la función esencial del arte en la vida del hombre, Nietzsche la reconoce en su fuerza elaboradora como iniciación al sentido de la inocencia del devenir. «Indicios de cultura superior e inferior» son examinados en la parte quinta. Aquí el interés de Nietzsche se aplica especialmente al misterio constituido por el nacimiento del genio de la matriz de la naturaleza y de la historia, y a lo que distingue el espíritu libre, «l’esprit fort», del espíritu humano según los criterios vulgares. La naturaleza, para Nietzsche, encarcela al genio y excita hasta el máximo su voluntad de liberación. El espíritu de la cultura es sentido por él como «unidad centáurea» de dos impulsos opuestos: el angélico y el espiritual. Solamente por una extrema tensión de energías contrarias se engendra el clima propicio para la aparición del genio, mientras el carácter «bueno» es aquiescencia a todas las circunstancias.
Es vigorosa la interpretación, según éste espíritu, del Renacimiento italiano, opuesto a la Reforma protestante como la luz a la sombra. En la sexta parte, «El hombre y la vida social», parte de los aforismos arrojan una cruda luz sobre cuánto de vanidad y egoísmo existe en el fondo de la amistad, de las luchas, de las contiendas y en general de toda relación humana. En esta parte es evidente la influencia de los psicólogos moralistas franceses, de los siglos XVI y XIX; pero otros aforismos no tienen significado alguno sino es con la tácita presuposición de valores humanos morales, como la benevolencia, la generosidad y la amistad. Y el estudio se cierra con una espléndida página en la que, excluida la justificación del egoísmo, Nietzsche pronostica la hora feliz en la que en lugar del antiguo adagio: «Amigos, no existen amigos», se dirá: «Enemigos, no existen enemigos». La observación sobre «La mujer y el niño», en la séptima parte, sugiere a Nietzsche pensamientos con frecuencia agudísimos. Es notable la idea de que el matrimonio debe fundarse en la amistad, y ser como una «larga conversación». La característica esencial de la inteligencia femenina es captada lúcidamente, en antítetis con la usual y superficial opinión en boga. Algunas profundas observaciones están dedicadas a la tragedia de la infancia, frecuentemente sacrificada a consecuencia del desorden moral de los padres. En la octava parte, Nietzsche dirige «Una mirada hacia el Estado».
Su espíritu aristocrático le lleva a ver en los dos males opuestos de la demagogia y de la estadolatría el peor peligro para el desenvolvimiento del espíritu. El ‘ socialismo no es para él nada más que el hermano menor del fenecido despotismo. Son notables las páginas dedicadas al futuro hombre «europeo». El último aforismo no ve en las opiniones públicas más que pereza privada. «El hombre a solas consigo» es el tenia de la novena y última parte. Dos son aquí los motivos principales: el valor de la justicia intelectual opuesta al fanatismo de las convicciones absolutas, que son fruto, a la vez, de pasiones y de pereza espiritual; y la conciencia de su misión vivamente sentida por Nietzsche en todos sus aspectos: el sentido del peligro moral que acompaña, secretamente, a una voluntad de liberación; la fatiga y la angustia de la soledad; pero también, la alegría de la afortunada búsqueda y el solitario y fiero gozo del descubrimiento: lo cual está magníficamente expresado, en forma mítica, en la última página: «El caminante». Humano, demasiado humano, como otras obras que le siguieron, debe la forma variada y desenvuelta del aforismo, por una parte, a la necesidad de expresión de un espíritu que se buscaba a sí mismo; por otra, a la enfermedad del autor, que le impedía una elaboración más compleja de su pensamiento. El bello prefacio que Nietzsche puso a la segunda edición señala de manera inigualable el puesto que en el desarrollo espiritual del autor incumbe a esta obra, dominada por una esforzada «voluntad de salud», en oposición a un morboso romanticismo. [Trad. española de Eduardo Ovejero en Obras completas, tomo III (Madrid, 1932)].
G. Alloisio
La grandiosa independencia de Nietzsche no nos ofrece, como creen ciertas mentalidades escolásticas, una doctrina, sino una atmósfera; la atmósfera infinitamente clara, demasiado luminosa, agitada por la pasión de una naturaleza demoníaca, que se resuelve en tempestad y en destrucción. (S. Zweig)