[Histoire sincère de la Nation française]. En este breve libro, aparecido en 1933, el historiador francés Charles Seignobos (1854-1942) condensó, con notable habilidad, la historia de la formación y del desarrollo de la nación y del Estado francés a través de los siglos. El autor puso como subtítulo a su libro : «Ensayo de una historia de la evolución del pueblo francés». Preocupado por el hecho de que, demasiado a menudo, al estudiar una época cualquiera la Historia se limita a presentar la vida de un número reducido de personajes o, por lo menos, de los estratos superiores de la población, en este ensayo quiere dirigir su atención a las condiciones de vida de la masa y a las ideas y opiniones de la mayoría. De este modo revisa toda la historia de su país, rectificando muchos juicios tradicionales y vertiendo nueva luz sobre cuestiones particulares (son notabilísimos, entre otros, el fino análisis de la formación de la burguesía francesa, así como del carácter y la función de los partidos en el gobierno parlamentario de la tercera República).
Digno de mención por sus muchos méritos, el libro tiene también un defecto típico, que enlaza con una corriente del pensamiento de la que Jullian fue el máximo representante y que consiste, sobre todo, en poner de relieve los caracteres originales de la civilización francesa en su desarrollo a través de los siglos y reducir al mínimo o incluso negar la influencia de la civilización latina o mediterránea. Es demasiado fácil demostrar lo infundado de esta paradójica afirmación; no hay que olvidar que Seignobos cita como «creaciones originales» de la civilización francesa la burguesía municipal, las universidades, la formación de una mentalidad juridicolegal y otras similares. Por otra parte, al estudiar la mentalidad del pueblo francés, no se libra lo bastante de los prejuicios del materialismo histórico y tiene en poca consideración las artes y las ciencias, así como la misma literatura: «porque su acción no puede haber sido fructífera sobre la masa de la nación, que apenas conoce su existencia»; es evidente lo restringido de este punto de vista, que niega en la vida de un pueblo la influencia de ciertos ideales que, si bien nacen en el terreno de la cultura, muy pronto, quizás modificados o diversamente interpretados, adquieren enorme popularidad e informan la mentalidad de las masas.
Así descuida, considerándolos extraños a la genuina tradición literaria francesa y de poco peso en la historia del espíritu de la nación por ser «poco populares», a escritores como Molière, Racine y los moralistas del Gran Siglo. Aquí el error, no sólo suyo, sino de toda la escuela, aparece clarísimo.
M. Bonfantini