[Storia pittorica dell’Italia]. Obra de Luigi Lanzi (1732-1810), publicada en Basano en 1789, que cierra el rico florecimiento de la historiografía artística de los siglos XVII y XVIII en Italia.
Esta obra, sin precedentes como visión de conjunto, abraza todo el desenvolvimiento de la pintura italiana, desde el «resurgimiento de las bellas artes», es decir, desde la formación de un estilo nacional con los grandes maestros toscanos del siglo XIII hasta casi el final del siglo XVIII. Está distribuida en libros, correspondientes a las grandes escuelas pictóricas: comienza por la florentina, la sienesa, la romana y la napolitana; después siguen las de Italia septentrional, es decir, la veneciana, la lombarda (subdividida a su vez en mantuana, milanesa, etc.)» a las que siguen las escuelas de Bolonia y de Parrara, de Génova y del Piamonte. De cada una de estas escuelas se presentan sucesivamente las vicisitudes, los períodos de esplendor o de decadencia: así, por ejemplo, el libro dedicado a la pintura florentina está subdividido en cinco épocas, la primera de las cuales comprende hasta fines del siglo XV; la segunda, a Leonardo, Miguel Ángel y los grandes artistas del XVI; la tercera, a los discípulos de Miguel Ángel; la cuarta habla de Cigoli y demás eclécticos del siglo XVII; la quinta, de la corriente barroca de Pietro da Cortona.
La clasificación por escuelas regionales es para Lanzi la más adecuada para aclarar las diferencias entre las diversas escuelas y artistas, de las que poseía un sentido vivísimo, y para destacar convenientemente cada personalidad. En esto se contrapone al método seguido por Winckelmann en su célebre Historia, ya que acentúa, frente al concepto platónico de la belleza ideal, el valor de la creación singular, y en lugar de reconstruir una evolución impersonal de formas, se atiene a la gran tradición italiana de las vidas de los artistas. Lanzi, que cree en la eficacia de las Academias como restauradoras del arte, colocando en un grado inferior a los «compositores de historias» y a los retratistas, los paisajistas y los pintores de naturalezas muertas, profesa los principios del clasicismo académico; no los entiende, sin embargo, de modo rígido y demuestra notable independencia de juicio, especialmente a propósito de los primitivos — entre los que incluye, siguiendo las ideas de su tiempo, a los cuatrocentistas —, y una sensibilidad viva y pronta. De la Historia, construida sobre una segura erudición y con estilo amable y pulido, se hicieron muchas traducciones y reimpresiones, y tuvo grandísimo éxito en los medios artísticos durante todo el siglo XIX: entre otros escritores la utilizó ampliamente Stendhal en su conocida Historia de la Pintura en Italia (v.).
G. A. Dell’Acqua
…se propone clasificar a los artistas, como los botánicos clasifican las plantas… Su erudición es amplia y atenta, su carencia de prejuicios respecto a los primitivos es evidente, y su juicio se basa sobre el de los pintores, pero templado por la confrontación con los juicios opuestos. (L. Venturi)