Historia de los Trece, Honoré de Balzac

[Histoire des Treize]. Obra narrativa de Honoré de Balzac (1799-1850), publicada en tres partes de 1833 a 1835, y compuesta de tres narra­ciones.

En la primera de ellas, Ferragus, un joven oficial, el barón Augusto de Malincourt, está secretamente enamorado de una joven señora, la mujer del agente de cambio Jules Desmarest. Clemence, la es­posa, no tenía estado civil y él era un simple empleado de un agente de cambio; pero, con ayuda de un misterioso capita­lista, en cuatro años Jules Desmarets se hizo agente de cambio, convirtiéndose en un hombre riquísimo. Entretanto, el barón, siempre al acecho de la mujer amada, cree descubrir misteriosas relaciones entre ella y un viejo mendigo. Éste es Ferragus, un ex presidiario, que en lucha sorda y mortal con la sociedad se defiende escondido en su cubil; el oficial, cogido en esta lucha desigual, inexperto y temiendo por la vida de la joven, a la que cree asediada por el criminal, llega a denunciarla al marido. Una estrecha vigilancia pone a éste en condi­ciones de interceptar una misiva secreta dirigida a su mujer, descubriendo así que Ferragus es el padre de Clemence, el mis­mo capitalista que hizo posible su fortuna.

El banquero está por fin seguro de la pu­reza del amor de su mujer, pero la deli­cada salud de Clemence no resiste a estas pruebas ni al temor de que la revelación disminuya el afecto de su marido hacia ella. Igualmente trágico y todavía más no­velesca es la segunda narración, La Duquesa de Langeais [La Duchesse de Langeais]. La historia comienza en una isla española del Mediterráneo, en la que un general francés, después de haber restablecido el orden por encargo de Fernando VII, permanece en la isla con el fin de introducirse en un con­vento de carmelitas, donde sospecha se esconde la mujer amada que desapareció misteriosamente años antes. Así es, efectivamente, y el oficial logra tener un dra­mático coloquio con ella, invitándola en vano a volver al mundo. Desesperado, re­gresa a París, donde nos enteramos de los viejos antecedentes del asunto. En la frí­vola vida de los salones, la duquesa de Lan­geais encontró a Armand de Montriveau, bella y romántica figura de oficial y hom­bre de ciencia. Mientras la duquesa lo ator­mentaba con su coquetería, Montriveau con­cebía hacia ella una violenta pasión y, per­suadido de la ligereza de la mujer, se alejó disgustado de ella. Pero la duquesa, a su vez, tocada por el amor, había tratado de reconquistarlo.

Mientras Montriveau, apla­cado, se hallaba a punto de volver a ella, un retraso involuntario a la cita decisiva hizo creer a la duquesa que no era corres­pondida; entonces, desesperada y atormen­tada por los remordimientos, huyó de París para refugiarse en el convento. Ahora, des­pués del venturoso descubrimiento, Montriveau se dirige en París a la misteriosa «So­ciedad de los Trece» y logra llevar a cabo un genial plan de rapto. Pero encuentra a su amada muerta, víctima del violento con­flicto entre el amor terreno que ella ha­bía querido superar y el amor de Dios. El tercer episodio se titula La muchacha de los ojos de oro [La filie aux yeux d’or]; una joven de maravillosa belleza, conocida bajo este nombre en el barrio donde habita y en el que hace misteriosas apariciones siempre vigilada por una dueña. Henri de Marsay la ve y, tras vencer muchas difi­cultades, logra manifestarle su amor y ser correspondido. Henri obtiene por fin una entrevista con Paquita Valdés (que así se llama la misteriosa jovencita), y ambos jó­venes se abandonan a la embriaguez de la más violenta pasión. Pero sobre la joven pesa un misterio, una amenaza, y De Mar­say descubre por fin la terrible verdad: Paquita es víctima de una dama del gran mundo, que la tiene ligada a sí por un perverso amor. Después de superar la ira y el disgusto, vuelve de noche con sus ami­gos de la «Sociedad de los Trece», deci­dido a raptar a Paquita. Pero se le ha ade­lantado ya la maléfica dama, que ha llevado a cabo su venganza.

La mujer y Henri se miran a los ojos y el joven reconoce en ella a su hermanastra, Marguerite Eugénie Porrabéril, que, como él mismo, es uno de los hijos naturales de lord Dudley. Las tres trágicas narraciones debían, en la in­tención de Balzac, hacer luz sobre la mis­teriosa «Sociedad de los Trece», una socie­dad secreta en la que participan incluso miembros de la alta sociedad parisiense y que está capitaneada por el ex forzado Fe­rragus. En esta figura tenemos una especie de esbozo de lo que será más tarde el personaje más grandioso y fuerte de Vautrin (v.), y en conjunto, hay que situar esta obra junto a la más extensa, Esplen­dores y miserias dé las cortesanas (v.), que será su continuación. Las narraciones son en sí mismas de valor desigual; intrincada y falsamente trágica la segunda; bastante más interesantes y ricas de auténtica poe­sía, en los pintorescos juegos de claroscuro de las novelescas peripecias, son la primera y la tercera, respectivamente dominadas por las dos figuras de Clemence y de Pa­quita, tan diferentes e igualmente poéticas en la primitiva sencillez de su temperamen­to y en la punzante tristeza de su destino infeliz. M. Bonfantini

Todas las figuras de Balzac tienen el don del mismo fuego vital que animó a su creador. Todas sus ficciones tienen el in­tenso color de los sueños. Cada intelecto es un arma cargada de voluntad. Hasta sus malhechores son geniales. (Baudelaire)

Nunca ningún poeta se absorbió tanto en su propia obra, ninguno tuvo como él tan­ta fe en sus sueños, ni alucinaciones tan cercanas al límite del engaño urdido por él mismo. No siempre sabía frenar como una máquina su emoción, ni parar de golpe la enorme rueda en movimiento, ni distin­guir fantasmas de realidades, ni señalar un límite entre un mundo y otro. (S. Zweig)