Obra del crítico español Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), publicada en cinco volúmenes, de 1883 a 1891, en nueve volúmenes de 1896 a 1912 y en cinco grandes volúmenes en la edición definitiva de las obras completas (Madrid, 1940). En ella el autor traza la historia del gusto estético de su nación, considerando, además de la producción más estrictamente teórica, toda la literatura crítica y preceptiva y reseñando en cada caso la poética, implícita o explícita, de las obras de arte más importantes. Para ello era necesario al autor seguir al mismo tiempo algunas tradiciones del pensamiento y del gusto que no siempre es posible mantener separadas y que se refieren a la idea de la belleza en sí (metafísica de lo bello), la belleza como expresión artística (filosofía del arte) y el estudio de las aplicaciones concretas (la «técnica», el «estilo», etc.). Por consiguiente, la obra expone las indagaciones más propiamente especulativas referentes a la belleza y a su idea en los grandes sistemas filosóficos; sigue el movimiento místico, tan importante en el desenvolvimiento intelectual de España, en el que lo bello y el amor se identifican con el mundo de la fe y de la voluntad; investiga las indicaciones generales sobre arte que se encuentran en los filósofos, pensadores y críticos; aísla y explica cuánto hay de verdaderamente estético en los tratados técnicos (poéticos, retóricos, estilísticos, artísticos, etc.) y, finalmente, considera los principios que inspiraron a los mismos artistas. Su Historia viene a constituir un amplio capítulo de la filosofía (v. Historia de los heterodoxos españoles; la Ciencia española), y es una preciosa introducción a la historia literaria nacional (v. Historia de la poesía hispanoamericana).
Como España no posee un pensamiento filosófico original y sus ideas estéticas son tributarias de las corrientes europeas, la obra de Menéndez Pelayo, que se ve obligada a remontarse repetidamente a las fuentes, termina por convertirse en una historia general de la estética, única en su género por la amplitud de su alcance y por su directa y vasta información. El autor reconoce con ejemplar modestia «la índole puramente analítica y expositiva» de su trabajo, en el cual ha sabido recoger, respetando las diversas corrientes y las opiniones aisladas, una sólida perspectiva histórica: «Hay, pues, una gran parte de esta obra — dice —, casi todo lo anterior a Kant, en que he seguido el método histórico, único que por su sabia serenidad conviene a cosas ya tan lejanas. De allí en adelante, la exposición tiene que tomar forzosamente carácter más animado y más crítico, y resolverse, al fin, en ideas propias». Lo mismo que todas las obras de Menéndez Pelayo, esta Historia se resiente de una cierta superabundancia y dispersión, pero en ningún momento resulta vana, surgiendo de su vivo interés de erudito y de bibliófilo. Un equilibrio más armónico entre las partes, el sacrificio de algunas páginas y, posiblemente, incluso de algunos capítulos, una mayor concisión en el análisis hubieran contribuido a acrecentar el éxito de la obra y a su difusión en el extranjero. La primera parte abarca los orígenes clásicos hasta fines del siglo XV. La amplitud concedida al pensamiento griego la encuentra justamente indispensable para sentar los fundamentos de toda la estética de la Edad Media y del Renacimiento, que maduró con el idealismo platónico, el realismo aristotélico y el misticismo plotiniano; el examen detenido del pensamiento latino (Cicerón, la Retórica a Erennio, Horacio y los gramáticos, etc.) y cristiano (San Agustín, Dionisio el Místico, Santo Tomás) le sirve para señalar las posiciones y procedimientos técnicos que habían de dominar durante siglos enteros la literatura.
Preocupado, por otra parte, en distinguir la intervención que España ha tenido en la elaboración del pensamiento estético, el autor dedica una amorosa atención a Séneca y Quintiliano, concediendo una atención particular a Prudencio, San Isidoro de Sevilla y a todo el período visigodo y árabe, que constituye el panorama más seguro de la cultura latina e islámica durante la Edad Media española. Este primer volumen se cierra con el análisis de la estética mística de Raimundo Lulio y del platonismo amoroso del poeta catalán Ausias March. La segunda parte comprende los siglos XVI y XVII, con el advenimiento más explícito de la ideología platónica y de la producción mística y, simultáneamente, con el incremento de la poética aristotélica. Son capítulos densos de erudición y de vigor analítico, que descubren zonas de la cultura que habían sido descuidadas, y dan relieve a la formación del gusto «culterano» (Góngora y Gracián), que estaba destinado a trasladar la experiencia estilística de la literatura española al ámbito europeo. El siglo XVIII ocupa la tercera parte: es una investigación laboriosa y casi enojosa. Por primera vez, la literatura erudita y especulativa del siglo XVIII y de comienzos del XIX en España, halla una sistematización luminosa y un preciso ajuste en la cultura más general de Europa. Y ésta es, por otra parte, la más elevada ambición crítica del autor y su mérito más verdadero, al lograr incluir los movimientos artísticos y doctrinarios de su nación en la cultura mundial, como solamente él podía lograr, teniendo en cuenta su extraordinario conocimiento de las literaturas antiguas y modernas y la capacidad de realizar amplias síntesis.
En la cuarta parte son objeto de consideración la estética alemana (Kant, los románticos, Hegel; las escuelas realista, positivista, fisiológica, etc.) y el romanticismo inglés. El quinto y último volumen está dedicado al siglo XIX francés: constituye una obra maestra de información y de crítica que atestigua el amor de Menéndez Pelayo hacia la cultura francesa y su firme devoción por la cultura romántica, en la que había formado sus más vivas aptitudes historio- gráficas. Con brevedad perfila la total evolución de la sensibilidad francesa, mortificada por un imperante clasicismo y por el excesivo racionalismo («Boileau… elimina definitivamente de la poesía todo el mundo de las cosas misteriosas, difíciles, obscuras, sublimes y tremendas, es decir, el mundo poético por excelencia»), y ahora renovada aparece redimida por la corriente romántica, que es una «íntima búsqueda del alma humana». De la sexta parte, que hubiera debido seguir el movimiento romántico en España, no nos queda más que un minucioso índice analítico; en cambio, debieron quedar en propósito los volúmenes dedicados a la estética posromántica, a la cultura italiana, a las doctrinas contemporáneas y un último y final que habría expuesto su estética personal. Su formación fundamentalmente romántica y profundamente cristiana, junto con el calor de su rica humanidad, llevaba al autor a solidarizarse con las ideas y los pensadores que muestran arrojo y nobleza espirituales, mientras le inspiraba una cierta repugnancia la rigidez de los sistemas estrictamente dialécticos. Por ello, Menéndez Pelayo concede un especial valor a aquellas obras en que podía captar la experiencia intelectual en acción y en su trabajo real, por sobre aquellas en que sentía prevalecer la abstracción metafísica y el esquematismo de las fórmulas. Por estos motivos sus reflexiones se hallan más de acuerdo con el fragmentarismo francés e inglés que con el sistematismo de la filosofía alemana.
S. Battaglia
Obra capital en lo que concierne a los escritores españoles, presenta incluso en la parte general excelentes estudios sobre temas omitidos ordinariamente en las otras historias. Menéndez se inclina al idealismo meta-físico, pero parece dispuesto a recoger ideas de otros sistemas, incluso de las teorías empíricas; la obra adolece, a nuestro parecer, de esta inseguridad crítica. (B. Croce)
Debemos reconocer su agilidad y decisión al penetrar el pensamiento ajeno, su limpia y aguda exposición de las doctrinas más diversas, su capacidad para elevarse de golpe a las esferas intelectuales más excelsas, y una aspiración fervorosa y siempre viva por lo trascendente, por lo eterno. (A. Farinelli)
El maestro de la crítica sale del sector de una idea en lucha para hermanarse con todos los estudiosos y gustadores de la belleza eterna del arte y el pensamiento, sin fronteras ni dogmatismos. (A. Valbuena Prat)