Historia de la Literatura Latina

La Antigüedad no tuvo, de la litera­tura latina, en su desarrollo histórico, una visión ni crítica ni completa: el Canon de los poetas (v.) de Volcacio Sedigito, Las vi­das de los excelentes capitanes (v.) de Cornelio Nepote, de Suetonio, y la Crónica (v. la de Eusebio) de San Jerónimo, están es­critas predominantemente (si no de modo único, interesadas por la biografía) de for­ma que limitan la historia de la literatura a una serie de semblanzas de escritores, vis­tos, en el mejor de los casos, más en el aspecto anecdótico que en el marco his­tórico de la literatura. Por lo general las biografías se limitan a una reseña escolar de los títulos de las obras: las informacio­nes cronológicas son sumarias y, a veces, tan sólo con valor conjetural. Tentativas esporádicas para llegar a una visión más completa de la historia de la literatura la­tina realizaron Accio, en las Didascálicas (v.), Varrón en sus escritos filológicos, Ci­cerón en el Bruto (v.) y, a modo de di­gresión, Velleio Patérculo en las Historias (v.) y Quintiliano en las Instituciones ora­torias (v.).

En la Edad Media se intentó fundir el esquema dialogado de algunos tra­tados ciceronianos con las informaciones biográficas suetonianas y jerónimas. Cata­logados y divididos los autores en eclesiásticos y profanos, como había señalado en la enciclopedia bibliográfica de las Institu­ciones de las letras divinas y humanas (v.) Casiodoro, los eruditos continuaron com­pendiando sus fuentes. Entre los mejor in­formados y profundos merece citarse a Con­rado de Ihrschen (1070?-1150), autor de un Diálogo sobre los autores, o el Didascalión [Dialogus super auctores sive Didascalon], ocupándose ante todo de literatura cristia­na y tan sólo incidentalmente de la pro­fana. En plena Edad Media, tampoco el Humanismo laboró en la composición de una historia de la literatura latina, manteniéndose fiel al esquema biográfico, al cual se habían sumado, entre otros, Fran­cesco Petrarca con Los hombres ilustres (v.). El mismo Sicco Polenton (1376-1447), humanista veneciano y el primero entre los modernos italianos que compiló, en 1437, una historia de los Escritores ilustres de la lengua latina [Scriptorum illustrium latinae linguae libri XVIIIJ, no renunció a imitar a Petrarca, sino que lo siguió y lo incluyó narrando las vicisitudes de la latinidad des­de los orígenes hasta el 1300. Tan sólo un siglo después, en 1545, apareció una obra crítica, Diálogos sobre la historia de los poetas griegos y latinos [De historia poetarum tam graecorum quam latinorum dialogi], escrita por Giglio Gregorio Giraldo (1478-1552).

Del esquema biográfico de ins­piración suetoniana se volvía así a la tratadística de derivación ciceroniana, tanto en la forma dialogada como en la exposi­tiva; a esta segunda categoría perteneció el fundamental ensayo de Gerhard Johann Vossio (1577-1647), titulado Los historiado­res latinos [De historiéis latinis libri III\, con el que en el año 1627 se iniciaba, aun­que limitándose a la historiografía griega y latina, el método conjetural y compara­tivo, concediendo honores de crítica y luz de historia no sólo a los textos que se ha­bían conservado íntegros, sino también a los que aparecían mutilados. De esta forma se orientan los estudios sobre el clasicis­mo hacia la investigación de fragmentos, hacia la literatura de los descubrimientos, hacia el catálogo de las cosas y de los nombres notables y el repertorio de palabras significativas, haciéndose necesario el co­nocimiento sistemático y la exploración, no sólo de todos los códices manuscritos, sino también de todas las obras que se habían escrito sobre el clasicismo; la Biblioteca latina [Bibliotheca latina] de Giovanni Al­berto Fabricius (1668-1736) emprende en 1707 el cometido de ofrecer al lector una reseña bibliográfica del clasicismo. Con esta cantera de noticias resulta más factible a los mejores estudiosos escribir historias li­terarias, como Orígenes, infancia, adolescen­cia, virilidad, inminente vejez, vigorosa ve­jez y senilidad ociosa y decrépita de la lengua latina [De origine et pueritia, de adolescentia, de virili aetate, de imminente senectute, de vegeta senectute, de inerti ac decrepite senectute linguae latinae, 1720- 17501 de G. N. Funcius, y las Cuestiones ro­manas, o aspecto de la historia de las le­tras romanas [Quaestiones Romanae sive idea historiae litteratum romanorum, 1718], de Falster.

El despertar de las nacionalidades y el declinar de la lengua latina como lengua científica universal, dieron como re­sultado que con el siglo XVIII se cerrase la historiografía literaria romana en lengua latina, manteniéndose el uso de la lengua muerta solamente para breves escritos de análisis, investigación, conjetura filosófica y que, en casos raros y con escaso resulta­do, se extendiese a la composición de obras completas y voluminosas. La historia de la literatura latina, tal como hoy se escribe y concibe, es el fruto de aquel fermento de ideas que produjo en todos los terrenos cul­turales el Romanticismo, que, oponiéndose a la visión humanística de la latinidad, sistematizó la literatura clásica en una je­rarquía de valores, colocando en la cima a los poetas originales, sencillos, primitivos, que florecieron más en Grecia que en Ro­ma, y en el trasfondo a los prosistas, his­toriadores, eruditos, juristas y oradores de los que Roma ofreció una extraordinaria floración. Es fundamental, como punto de partida para toda la valoración romántica, la historia de Fr. August Wolf (1759-1824) Historia de la literatura latina [Geschichte der römischen Literatur, 1787], a la cual siguieron también en lengua alemana las obras de J. Ch. Bahr (Geschichte der rö­mischen Literatur, 1828), la de Reinhart Klotz, Manual de Historia literaria latina [Handbuch der lateinischen Literaturgeschichte, 1846], la de G. Bernhardy, Funda­mentos de literatura romana [Grundriss der römischen Literatur, 1830].

Al primer Ro­manticismo germánico, extravagante y re­volucionario, siguió una forma más reflexi­va de historiografía literaria, que substituía las grandes síntesis por minuciosos análi­sis, penetrantes y sutiles. El tránsito de una a otra forma de filologismo histórico está marcado por Bernhardy, quien en las su­cesivas ediciones de su obra fue sistema­tizando cada vez más mecánicamente la literatura latina en categorías que partien­do del supuesto cronológico tienden a lo sistemático. Por otro lado, la historiografía no podía permanecer insensible a todo aquel fermento de estudios que, por medio de muchas y responsables revistas y de las recientes obras, particularmente imponen­tes en cuanto a amplitud y doctrina, pro­ponían nuevas soluciones y visiones nuevas a los problemas de latinidad: así, E. Munk y O. Seyffert (Geschichte der römischen Literatur, 1875-1877) y R. Nicolai (Geschich­te der römischen Literatur, 1881), interpre­tando el espíritu prusiano, en auge en aque­llos años, como el carácter estrictamente antirromano de la historiografía mommseniana, insistían constantemente en la pe­culiaridad retoricoescolástica de la literatura latina, como un fenómeno sin originalidad, mera imitación del griego. El romanticismo filológico alemán alcanzó su más perfecta expresión de sistematización aparentemente orgánica, pero áridamente preconcebida y programática, con W. S. Teuffel (Geschich­te der römischen Literatur, 1862), al cual se deben las codificaciones rígidas y fasti­diosas de los géneros literarios, por las cua­les cada autor viene a ser diseccionado se­gún sus diversas actividades, sin apreciarlo en la integridad de su obra artística.

Si­guiendo la línea marcada por Bernhardy, más que la de Teuffel, Martin Schanz es­cribió su monumental obra (Geschichte der römischen Literatur, 1898), que sigue sien­do, todavía hoy, después de numerosas edi­ciones y modificaciones, la más difundida y la mejor informada de las historias de la literatura latina, si bien de ella no intere­sen tanto los juicios, poco personales, de otra parte, como la clara, ordenada y pers­picaz exposición objetiva de los documentos literarios. Cabe incluso decir que el si­glo XIX había otorgado la ciudadanía ale­mana a la historia de la literatura latina, y no tan sólo a la historiografía general, sino también a la particular de los com­pendios y resúmenes (H. Bender, Grundriss der römischen Literatur, 1890; M. Zoller, Grundriss der Geschichte der römischen Literatur, 1891; F. Aly, Geschichte der rö­mischen Literatur, 1894; H. Joachin, Ges­chichte der römischen Literatur, 1891; W. Koff, Geschichte der römischen Literatur, 1892; Th. Birt, Römische Literaturgeschich­te, 1894; de la literatura cristiana y medie­val, A. Ebert, Geschichte der christlichlateinischen Literatur, 1889; M. Manitius, Geschichte der lateinischen Literatur des Mittelalters, Munich, 1919-1931, vol. III; O. Bardenhewer, Geschichte der altkirchlichen Literatur, 1943; de la poesía: O. Ribbeck, Der römische Tragödie, 1875; Ges­chichte der römischen Poesie, 1887; L. Müller, Ueber die Volksdichtung der Römer, 1894, y de la historiografía antigua: C. Wachsmuth, Einleitung in das Studium der alten Geschichten, 1895; H. Peter, Die geschichtliche Literatur, 1897; F. Leo, Die griechische-römische Biographie, 1901; so­bre la prosa: Norden, Die antike Kunstprosa, 1898.

Frente a estas obras en lengua ale­mana, son pocas y de escasa importancia las aparecidas en lengua francesa: F. Schoell, Histoire de la littérature romaine, 1815; P. Albert, Histoire de la littérature romai­ne, 1884; A. Jeanroy y A. Paech, Histoire de la littérature latine, 1892; P. Moríais, Histoire de la littérature latine, 1892; E. Nageotte, Histoire de la littérature latine, 1894; P. Thomas, La littérature latine, 1894; C. Lamarse, Histoire de la littérature lati­ne, 1901; R. Pichón, Histoire de la littérature latine, 1903; M. Pellisson, Histoire sommaire de la littérature romaine, 1903, y mere­cen señalarse las de lengua inglesa: G. A. Simcox, A History of Latin Literature, 1883; A. S. Wilkins, Roman Literature, 1890; G. Midleton y T. R. Mills, Student’s Companion to Latin Authors, 1899; J. W. Mackail, Latín Literature, 1899; H. N. Fowler, His­tory of Roman Literature, Í899, y en otras lenguas. En tal floración de historias lite­rarias latinas no participó Italia hasta la segunda mitad del siglo, abandonando muy a disgusto la lengua latina, que todavía daba buena señal de existencia con la Storia critica delle lettere latine [Historia cri­tica litterarum latinarum] de T. Vallauri. La substitución de la lengua clásica por la nacional fue también en Italia un resultado del Romanticismo literario y político, aun­que tardío, contemporáneo de las últimas guerras de la independencia y la unidad.

El polígrafo César Cantú, bajo la bandera del liberalismo, inició la serie de historias literarias latinas con su Storia della letteratura latina (1864). Más doctos y mejor informados fueron A. Vannucci (Studi storici e morali sulla letteratura latina, 1886), F. Ambrosoli (Letteratura greca e latina, 1878), E. Bindi (Letteratura latina, 1875), O. Occioni (Storia della letteratura latina, 1886); y seguidamente, Scritti di letteratura latina, 1891), G. Tamagni y D’Ovidio (Storia della letteratura latina, 1874), F. Ramorino (Letteratura romana, 1888), G. Vitelli e Mazzoni (Manuale de letteratura latina, 1898), G. Giussani (Letteratura romana, 1899). Habiendo llegado tarde y sin acabar de adherirse formalmente al movimiento renovador del Romanticismo, dio poca fe de vida durante todo el siglo XIX, no opo­niendo a las monumentales historias litera­rias latinas creadas en alemania más que unos pocos y mediocres manuales, en su mayoría compuestos con datos tomados de obras germanas, cuando no eran traducidas éstas al pie de la letra. Pero el nuevo siglo que apuntaba enriquecido con una expe­riencia historicoliteraria derivada de la práctica de la literatura moderna y que tomaba como base modelos de crítica y maestros de estética, proporcionó a Italia nuevo impulso e incremento, de forma que si no llegó a crear una historia analítica del tipo de la de Stanz, opuso, sin embargo, a las nuevas historias extranjeras (entre las que ocupa el primer lugar, por la novedad de su orientación y claridad de visión, la de F. Leo, Geschichte der rcmischen Literatur, 1913) toda una serie de nuevas his­torias literarias que, diversas por su inten­ción y su orientación, manifiestan haber lo­grado la mayoría de edad del espíritu crí­tico italiano aplicado a la latinidad.

Las obras de A. G. Amatucci (Storia de la lette­ratura latina, 1912), de G. Curcio, de igual título, 1920; la de V. Ussani (Storia della letteratura latina nell’età repubblicana e augustea, 1929); la de N. Terzaghi (Storia della letteratura latina da Tiberio a Giustiniano, 1939), la de A. Rostagni (La lette­ratura di Roma repubblicana e augustea, 1940) y, ocupando sin parangón la altura máxima, porque está alentada por un elevadísimo espíritu, la Storia della letteratura latina, de Concetto Marchesi (Messina, 1935, 6.a ed., 1944), por no citar las historias manuales de menor importancia y de inten­ción didáctica, proclaman el interés que Italia aporta a la historia de la literatura latina.

F. Della Corte