Historia de la Literatura Antigua y Moderna, Friedrich Schlegel

[Geschichte der alten und neuen Literatur]. Se trata de dieciséis lecciones pronunciadas en Viena en 1812 por el literato y filósofo alemán Friedrich Schlegel (1772-1829) y publicadas en 1815 con una dedicatoria al príncipe de Mettermeli. Compendian en gran parte estudios sobre filosofía e historia griega y sánscrita del mismo autor, y otros, inferiores, sobre el arte y la literatura medievales.

El es­quema de la obra, que desde la Antigüedad griega llega a los umbrales del siglo XIX, es el tradicional. Las páginas dedicadas a la India son quizá las más originales; pero en los países latinos las lecciones sobre la Edad Media y las literaturas alemanas pro­dujeron impresión de novedad. Gustó tam­bién la exposición conjunta de toda la li­teratura occidental y, en cuanto influyó so­bre ella y puede servir para explicarla, de la oriental, basada en lecturas de primera mano. Otro mérito de la obra es que sólo toca lo verdaderamente importante, tra­zando las grandes líneas de un proceso que luego coincide con la misma historia de la civilización en las diversas épocas. Schlegel incluye en la literatura «casi toda la vida espiritual del hombre». De ahí la seriedad en el tono de la obra. Las letras no son para el historiador ni un lujo ni un ornato, y mucho menos un juego intrascendente o una profesión secundaria, sino un aspecto esencial, el alma de la historia del mundo. En el prólogo insiste en destacar cuán per­judicial es para las letras y para la vida práctica el divorcio entre ambas, y se com­place en comprobar en alemania un prin­cipio de aproximación a partir de mediados del siglo XVIII. Esta misión civilizadora de las letras, tema realmente sentido en aquel tiempo, constituye quizás el valor más profundo de esta obra.

Schlegel, en su Historia de la literatura, no aparece como el corifeo del primer romanticismo, sino como el converso católico; no es el filósofo nutrido de Winckelmann y de Goethe, sino el reaccionario germanizante, revalorizador de la Edad Media, que por una parte se en­trega al mito, falsamente deducido de Tá­cito, del «libre espíritu nórdico» y de la «íntima fuerza poética» de los germanos, mientras por otra, celebrando el sentido di­vino de la «Escritura», se complace en jue­gos humorísticos y cábalas numéricas; así, después de haber despreciado la obra his­tórica de Voltaire, define a Goethe, filósofo y sabio, como un Voltaire alemán. Sin embargo, estas partes historiográficamente muertas no pueden eliminarse de la obra, la cual, en el fondo, se inspira en la fe religiosa de su autor y en una esperanza profética. Puestas por encima de la econo­mía y del Estado, la religión y la escuela reflejan la vida intelectual. Ahora bien, la fuerza que mueve la esfera intelectual es el verbo, vestido sensible del Verbo eterno de la revelación divina. El fin de la obra es probar esto eficazmente discurriendo por las principales ramas del árbol de lo bello y de lo verdadero, representadas his­tóricamente por los griegos, hindúes, ju­díos, persas, romanos, italianos, franceses, españoles, ingleses y alemanes.

La historia se convierte, así, en filosofía de la historia. Ahora bien, en el fondo de la filosofía de la historia se suele encontrar una profecía. La profecía de Schlegel, que al mismo tiem­po es un documento de orgullo nacional, es la siguiente: así como en el espíritu ale­mán, fundamento de la civilización de las naciones románicas (entre las que se in­cluye a Inglaterra), está el origen, con la Reforma, de la disgregación de Europa, así es lícito esperar de él la nueva luz. Cierta­mente, la unión de católicos y protestan­tes será obra de la divina Providencia, pero al autor, navegante en los mares de la res­tauración católica, le parece que los tiem­pos están maduros para un acontecimiento que para Schlegel hubiese sido incluso más importante que el mismo descubrimiento de América.

V. Santoli

Schlegel examina todas las literaturas desde un punto de vista elevado, que es siempre > campanario de una iglesia gó­tica. Diga lo que diga, se oyen doblar las campanas… En este libro advierto el olor a incienso de una misa solemne, y desde sus rincones más hermosos me parece que se asoman pensamientos tonsurados. Sin em­bargo, en su género, no conozco ninguno de mayor mérito. Sólo reuniendo todas las obras de Herder podremos obtener una vi­sión mejor de la literatura de todos los pueblos. (Heine)