[Geschichte des dreissigjahrigen Kriegs]. Es la segunda de las grandes obras históricas de Friedrich Schiller (1759-1805), y la más popular, aunque la primera, Historia de la insurrección de los Países Bajos (v.), tenga mayor valor desde el punto de vista histórico. Apareció primero en el «Almanaque histórico de las señoras» [«Historischer Kalender für Damen»] de 1791, hasta la batalla de Breitenfeld. El éxito fue tan grandioso, que el poeta se dispuso a continuar la obra. Pero el trabajo le interesa solamente en tanto que viven los personajes de la guerra famosa, el rey de Suecia y el general Wallenstein; toda la segunda mitad de la guerra está tratada muy sumariamente; las condiciones de la Paz de Westfalia ni siquiera se mencionan. En 1793, la obra, que comprende cinco libros, fue estilísticamente rehecha de manera definitiva. Desde el punto de vista histórico, vale para esta obra, lo mismo que para la obra anterior de Schiller, la afirmación del propio autor: «la historia sólo es para mi fantasía un almacén y los asuntos tienen que adaptarse a ser en mis manos lo que yo quiero que sean».
Si en la lucha por la liberación de los Países Bajos lo que interesaba a Schiller era el derecho de los pueblos a oponerse a los perturbadores del orden universal, en la Guerra de los Treinta Años siente la necesidad de propugnar la libertad de conciencia, de pensamiento, de religión, e idealiza aquella espantosa guerra. Todo el primer libro, con las consideraciones del autor sobre la situación de Europa antes de que estallase la lucha religiosa y sobre las vicisitudes de ésta, desde la defenestración de Praga hasta la derrota de Federico del. Pa- latinado, rey de Bohemia, no es hoy muy interesante. El verdadero arte de Schiller se revela en el segundo libro, con la aparición de Wallenstein y más tarde de Gustavo Adolfo; ante estas grandes figuras, su sentido dramático de poeta se inflama y nos da admirables descripciones de tipos y caracteres. De tradición luterana, Schiller no es muy favorable a Wallenstein, saqueador de provincias luteranas enteras, pero admira en él al caudillo genial, al árbitro de la suerte de la guerra; y cuando las intrigas de Maximiliano de Baviera, al que considera como el verdadero inspirador de la Contrarreforma, determinan la primera destitución del general en Ratisbona, sus simpatías están del lado del general; en tanto que su espíritu protestante se revela netamente opuesto a la Iglesia, animada por los jesuitas, a la Contrarreforma de Fernando II con su Edicto de restitución, a los jefes de la Liga a quienes considera más culpables que al Emperador, y por fin al noble corazón del generalísimo católico Tilly. El prestigio de Wallenstein se nubla, sin embargo, apenas aparecido en la escena de la guerra el astro luminoso del rey de Suecia, «defensor Fidei».
Gustavo Adolfo cuenta con todas las simpatías del poeta, que en aquel tiempo pensaba componer un drama sobre él: «hombre y cristiano aun en la embriaguez de su éxito, héroe y rey hasta en su piedad». Cuando el rey de Suecia cae en la batalla de Lützen, cambia el juicio de Schiller sobre él: si el protestante veía en él a un bienhechor, el patriota no puede aprobar una dominación extranjera en alemania; había comprendido además que las aspiraciones imperialistas del dueño del Báltico superaban en mucho los intereses de la fe. Desaparecido el héroe sueco, torna a dominar la escena Wallenstein; y su trágico fin, con el problema moral de si lo había merecido o no, debía interesar particularmente al poeta, que tomaba muy a pecho la redención moral de sus héroes. Por el contrario, la verdadera y propia historia político-militar de la guerra es bastante rígida, careciendo de la vibrante descripción de la vida de campaña que constituye el encanto del Campamento de Wallenstein (v. Wallenstein), prólogo de la trilogía titulada como el nombre del general. Sus fuentes principales fueron: Histoire des guerres et des negotiations qui précederent le traité de Westfalia, del jesuita Guillaume H. Bongéant, y la Historia de la Guerra de los Treinta Años de Christoph Gottlieb von Murr. El estilo señala un progreso sobre su anterior obra de historia, en cuanto que ha adquirido una fluidez y una ligereza artística que recuerda a los grandes historiadores franceses. Esto, junto al vivo dramatismo de la caracterización de los personajes, explica su extraordinario éxito en el mundo literario.
C. Baseggio-E. Rosenfeld