Curioso diálogo atribuido a Platón de Atenas (428/27-347 a. de C.), pero cuya autenticidad es discutida por muchos críticos modernos. En el diálogo, que se desarrolla entre Sócrates e Hipias el sofista, orgulloso de su vana sabiduría y de sus grandes éxitos, se busca la definición de lo bello en sí, o sea, de la idea general de la belleza. Sócrates empieza elogiando en tono irónico al vanidoso sofista, que hace consistir su éxito y el valor de su saber en el dinero obtenido de los discípulos, y, partiendo de un discurso que Hipias ha declamado con éxito ante los espartanos, le propone insidiosamente resolver un pequeño problema que finge haberle sido planteado por un preguntón curioso y petulante. Éste le ha pedido que defina lo bello y Sócrates no ha sabido qué decir. ¿Quiere Hipias ayudarle y aclarar el asunto con las luces de su sabiduría? Hipias acepta con lisonjeada complacencia: Sócrates, para mejor aprender, hará de adversario. Hipias cree resolver fácilmente la cuestión diciendo que, por ejemplo, una hermosa muchacha es cosa bella: pero también una vil marmita, dice Sócrates, es hermosa en su género y parece fea en comparación con una hermosa muchacha, como la muchacha parece fea en comparación con una diosa. Por lo tanto estas cosas pueden ser hermosas o feas; luego no representan lo bello. Lo bello es el oro, replica Hipias; pero no si se abusa de él sin motivo.
Habrá que decir, pues, que el oro es bello cuando es apropiado y si es bello lo apropiado, un haz de leña es más bello que uno de oro, cuando se trata de cocer una buena comida. Hipias cree haber encontrado ahora la buena solución: la cosa más bella es vivir rico, sano, honrado, enterrar con decoro a los padres y ser a su vez enterrado decorosamente por los hijos. Pero esto, dice Sócrates, no conviene ni a los dioses ni a los héroes inmortales, ya que sería impiedad afirmarlo. No se ha llegado, pues, todavía a definir lo bello. Sócrates entonces, imaginando interpretar el pensamiento de su desconocido interlocutor, propone una nueva solución: ¿no consistiría acaso lo bello en la conveniencia, que hace bellos y útiles los objetos? Pero, objeta él mismo en seguida, la conveniencia hace aparecer las cosas más bellas de lo que verdaderamente son: no es, pues, lo que las hace ser tales. Más bien se identificaría lo bello con lo útil: pero existe una capacidad útil para hacer el mal, que de ningún modo puede corresponder a lo bello. Y tampoco a lo útil ni a la capacidad de hacer cosas buenas corresponde lo bello, ya que, en rigor, siendo causa de lo bueno, debería ser distinto de él: y ¿puede acaso ser lo bello otra cosa que lo bueno? ¿No sería quizá lo bello lo que deleita por medio de los ojos y de los oídos? Pero los placeres de la vista y del oído no son bellos en cuanto placeres (ya que existen placeres despreciables) ni en cuanto derivan del ojo o del oído. ¿Habrá, pues, que decir que lo bello se identifica con el placer útil? Pero entonces se cae de nuevo en la incoherencia de antes. Hipias, molesto por el procedimiento dialéctico que quiere examinar minuciosamente las cosas, interrumpe entonces la discusión, acusando a Sócrates de no saber hacer otra cosa que confundir las ideas.
Este diálogo, aunque tiene una estructura lógica bastante débil y que a veces se vale de artificios sofísticos, tiene con todo una gran vivacidad, que deriva de su planteo satírico. [Trad. de Patricio de Azcárate en Obras completas, tomo II (Madrid, 1871), y tomo I (Buenos Aires, 1946)].
G. Alliney