[Inni Sacri]. Fueron escritos por Alejandro Manzoni (1785-1873), para celebrar su vuelta a la fe católica, el sentido humano y místico de la liturgia, las bellezas de la religión, su carácter profundamente social.
Habían de ser lo menos doce y comprender la celebración de las principales fiestas del año, desde Navidad a la Conmemoración de los Difuntos. Trabajando desde 1812 (como nos informa su amigo Fauriel a propósito de la «Resurrección») al 1822, Manzoni dio forma orgánica a su primitivo proyecto, y publicó, una tras otra, sus composiciones a medida que las iba escribiendo. Así se publicaron en 1815, la «Resurrección», el «Nombre de María», la «Navidad» y la «Pasión», y después de una larga pausa, en 1822, «Pentecostés». Un sentimiento robusto y solemne de la fe impregna estos himnos y abre en sus estrofas la amplia visión de una vida que no conoce incertidumbres, consolada siempre en las obras por la presencia íntima de Dios. Más que en la liturgia, los Himnos se inspiran en las palabras fundamentales de la Revelación, en las verdades esenciales del dogma, aquellas más necesarias al hombre en su difícil viaje: luz que guíe su mente, alimento que fortifique su alma. La «Resurrección» pinta con vividas imágenes la victoria del espíritu de Dios sobre el pecado y sobre la muerte; el milagro, que había de sellar el Evangelio con la señal de la verdad divina, nace en un paisaje diseñado con líneas lentas y amplias, verdaderamente bíblicas. Después la composición se cierra con la descripción de la fiesta cristiana y doméstica. En el «Nombre de María», la poesía se abre paso con dificultad en los primeros y fatigosos versos, pero después brota lúcida y llana para reflejar el alma del poeta y el rostro de la Madre de Dios, a quien el hombre eleva su tierna y conmovida plegaria.
En su «Navidad», el misterio de la Encarnación induce al poeta a meditar acerca del espanto en que el hombre quedaría si Cristo no le hubiese redimido con su sangre y con su martirio, y le consuela con el recuerdo de las nueve promesas que Cristo trajo a la tierra. En la «Pasión» se agita el hálito de las profecías bíblicas, que en dulces o tétricas figuraciones previeron, a través de los tiempos de espera, la Venida del Hijo de Dios, y su sacrificio por los pecados de los hombres. En «Pentecostés», el ritmo agitado del septenario esdrújulo y llano se adapta bien a la trepidación, a la maravilla, al gozo que el himno expresa con sabia gradación, contemplando el nacer de la Iglesia en el Cenáculo, donde la confirman en su misión las rápidas llamas del Espíritu Santo, su ascensión en los siglos y su triunfante felicidad en el Paraíso. Los Himnos expresaron la voz más íntima de la época en que fueron compuestos, su necesidad, después de arreciar la Revolución, de un refugio, de un retorno a la fe, aunque fuera por la vía del esteticismo y de la languidez del Genio del Cristianismo (v.) y de la renovación de los valores tradicionales, favorita de la Restauración. Son, sobre todo, las señales precursoras de aquella concepción de la vida que Manzoni expresará después cumplidamente en su obra principal. La inspiración de los Himnos es límpida, solemne sobre todo en «Pentecostés»; el poeta se propone aclarar las ideas esenciales del espíritu humano, quiere persuadir; pareció a algunos que aquel propósito perjudicaba la belleza de ciertos himnos, los cuales, dignamente apreciados por Goethe, enlazan por la potencia de sus pasajes, su estilo y su versificación, con las Odas. [Trad. en verso por José María Cuadrado en Tragedias y obras varias de A. Manzoni, tomo II (Madrid, 1891)].
C. Cordié
Es la famosa tríada «libertad, igualdad, fraternidad», evangelizada; es el cristianismo conducido de nuevo a su idealidad y penetrado por el espíritu moderno. (De Sanctis)
Véase un ejemplo espantoso de lo que puede hacer el hábito creador sobre la materia extrapoética; resulta más religiosa el aura de’ Gracias paganas; resulta más religiosa el aura de Leopardi; negador desesperado, que la de los Himnos Sacros. (M. Bontempelli)