Gui de Nanteuil

Cantar de gesta francés del siglo XII en endecasílabos ri­mados. Se relaciona con un cantar sobre Aye d’Avignon, madre del protagonista. Gui, valiente paladín, llega a París para la fiesta de Pentecostés con trescientos caba­lleros, y es acogido favorablemente por Carlomagno (v.), y elegido abanderado. Es­te hecho suscita los celos de Hervieu, que pertenece a la familia de Ganelón (v.); Hervieu quiere instigar al emperador contra Gui, diciéndole que pertenece a la estirpe de Girard de Rosilhon (v.) y de Reynaldos de Montalbán (v.), vasallos rebeldes, y fi­nalmente acusa abiertamente de traición al caballero. Tiene lugar un duelo en que Hervieu es vencido y hubiera muerto de no intervenir los suyos en su ayuda. Pero las cosas no se resuelven, y por el contrario se complican, ya que el emperador acepta un rico regalo de Hervieu a cambio de la mano de la bella y rica heredera Eglantine. Pero Eglantine y Gui se enamoran y ella no acepta el casarse con Hervieu. Carlomagno, que desempeña aquí un extraño y poco simpático papel, se pone de parte de Hervieu, y persigue al héroe incluso en sus propias tierras. Pero pronto se da cuenta de su error cuando Gui, con un fuerte ejér­cito, después de matar a Hervieu, le obliga a pedir la paz y a darle la mano de Eglan­tine. Cubierto de infamia y de ridículo el viejo emperador regresa a París, maldi­ciendo a los traidores que le han instado contra Gui.

Es un poema no muy original, que reúne en sí los caracteres del cantar de gesta y del poema de aventuras, espe­cialmente por la larga parte concedida al amor, lo que no sucede en las más anti­guas canciones de gesta. El interés radica en Gui y Eglantine. Pero ni Gui, valiente guerrero, se distingue mucho de los nu­merosos caballeros que nos ofrece la epo­peya en general, ni Eglantine presenta nin­gún tono particular bien definido. Así, los restantes personajes son los tipos ya consa­grados en la epopeya más común. Sólo Car- lomagno es distinto del que nos han hecho conocer el Cantar de Roldan (v.) y otros numerosos cantares de gesta; el autor del Gui de Nanteuil se une de este modo a mu­chos de los últimos «trouvères» que nos presentaron al viejo rey bonachón y cré­dulo; pero ninguno de ellos extremó, como él, estos rasgos hasta el ridículo.

C. Cremonesi