[Scharh: Comentarios grandes; Telkhis: Comentario medio o compendio]. Obra de Averroes (Ibn Rushd, 1126-1198), filósofo árabe español, «ch’el gran comento feo» (Dante, Inf., Canto IV). Compuesta en la segunda mitad del siglo XII y escrita en árabe, ha llegado a nosotros casi únicamente en versiones latinas medievales o de principios del siglo XVI, en general hechas sobre traducciones hebraicas, mientras que el texto de Aristóteles en que el Comentario se funda es una traducción árabe de una traducción siria del original griego.
En el primer grupo de comentarios, el texto aristotélico es seguido paso a paso; nos quedan los comentarios sobre los Segundos Analíticos (v.), sobre la Metafísica (v.), sobre el Alma (v.), sobre el Cielo (v.). En el segundo grupo, los comentarios son más breves y el texto aristotélico no es citado por entero. En un tercer grupo de obras el texto no es reproducido, sino libremente resumido por el autor. El Aristóteles de Averroes está visto a través de la escuela alejandrina, especialmente de Alejandro de Afrodisia, y el sistema emanatista neoplatónico. De esta obra inmensa recogemos sólo aquellos puntos fundamentales de particular interés para nosotros, por la gran influencia que ejercieron sobre la escolástica de los siglos XIII y XIV hasta el punto de crear el «averroísmo latino». Dios, para Averroes, como para Aristóteles, es «puro acto» y no conoce más que lo que es necesario, universal, e inmaterial, causado por Él: no ya las cosas singulares de este bajo mundo, no creado por Él «ex nihilo», sino existente «ab aeterno», y no gobernado por su providencia, ya que ésta sería entonces responsable del mal del mundo. Es una especie de respetuoso destierro de Dios fuera del mundo. En psicología profesa la unidad de los intelectos humanos: tanto el intelecto «activo» como el «pasivo», enunciados por Aristóteles, son separados del alma individual y forman un solo intelecto, común a todos los hombres. El alma intelectiva «no se multiplica con los cuerpos humanos, sino que es numéricamente una»; y el hombre pertenece a su especie gracias al «alma sensitiva»; por lo tanto, «la unión del alma intelectiva y del cuerpo no da al hombre una nueva unidad».
Esto es, el alma intelectiva es, no una forma substancial del cuerpo, sino una forma separada de los individuos, inmaterial, eterna, única para toda la humanidad, en contacto con las imágenes y los recuerdos del alma individual, sólo para ejercitar sus actos intelectuales y guiarla como el piloto guía la nave. Si las personas singulares difieren entre ellas por su inteligencia y doctrina, la suma de las cogniciones intelectuales permanece constante en el mundo, porque «los conocimientos científicos son eternos, no generables ni corruptibles» en sí mismos. El alma, pura sensibilidad animal y corruptible, muere, pues, con el cuerpo; de modo que no hay inmortalidad personal ni responsabilidad moral. Pero siendo el intelecto- humano «activo» uno para toda la humanidad («monopsiquismo»), una razón impersonal brilla en el ápice de la humanidad, y sólo ella posee la inmortalidad. La Humanidad y la Ciencia son eternas: pero las almas humanas individuales no sobreviven en este intelecto separado, fundidas con él y siguiendo su destino. En esta doctrina, casi de panteísmo idealista, se admite la posibilidad del conocimiento místico intuitivo de Dios: suprema beatitud que el hombre puede lograr en esta vida. Con todo, Averroes mantiene la doctrina de la inmortalidad personal, pero sólo por la fe, dando así origen a aquel dualismo: «via philosophiae» y «veritas», que, formulado de un modo preciso por Siger de Brabante, tanta fortuna alcanzó, con el nombre de «doble verdad», en la decadencia de la Escolástica y en el Renacimiento, con el mal disimulado intento polémico de defender los derechos de la razón, sin renunciar, en apariencia, a la fe.
El Comentario tuvo un éxito inmediato y duradero. Santo Tomás de Aquino lo tomó por modelo, siguiendo su sistema de exposición y comentario; y aunque refuta lo que considera errores y desviaciones de la tradición peripatética, especialmente la unidad del intelecto humano, habla siempre del comentarista árabe con respeto y consideración. Hacia mediados del siglo XIII casi todas las obras importantes de Averroes habían sido traducidas del árabe o del hebreo al latín. Hasta fines de ese mismo siglo no empezó a presentarse a Averroes como un enemigo de la fe, combatiéndosele ferozmente, sobre todo por Ramón Llull. Pero al mismo tiempo, Averroes encontraba acogida favorable entre los místicos medievales, penetrando en la escuela franciscana con Rogerio Bacon, Duns Scoto, Ockham y en la Universidad de París. Más tarde el averroísmo encontró una acogida estable en la Universidad de Padua, especialmente con Pietro d’Albano, y en el siglo XVI con los Cremonini. Averroístas fueron casi seguramente Federico II y varios sabios de su corte.
G. Pioli